Venir al mundo, venir al lenguaje (fragmento)Peter Sloterdijk
Venir al mundo, venir al lenguaje (fragmento)

"Creo que Sócrates no olvida en ningún momento, ni siquiera como filósofo, lo que sabe de su madre, la comadrona, sobre el lado pragmático de la llegada física al mundo de los hombres. De ahí que se muestre con gran claridad a sus ojos aquello que los otros sólo quieren pasar por alto cuando empiezan a pensar: no hay ningún parto feliz y no hay ningún nacimiento agradable; es más, el cuerpo sólo ve la luz bajo o grandes esfuerzos, y el alma permanece casi siempre envuelta en la oscuridad; el mal parto en los hombres no es la excepción, sino la regla. Todo esto, dicho sea de paso, ha de esgrimirse especialmente contra las opiniones con las que nosotros protegemos nuestra ilusión de haber venido al mundo. Basta con un par de informaciones para poner de relieve que tenemos engendros en la cabeza, pseudoideas, esquemas, ficciones, falsedades, monstruosas opiniones que permanecen ocultas y estupideces lógicas. Nuestro cerebro es un submundo que se confunde con la vigilia, que la mayor parte del tiempo está habitado por sombras e idioteces que han alcanzado el rango de seguridades y orgullosas inconsistencias, por preocupaciones inanes y fatuas autoimágenes. Echando un vistazo a estos estados interiores, Sócrates ejerce el oficio de comadrona trágica: se le presenten los "nacimientos del alma" que se le presenten, él sólo puede constatar los niños que han nacido muertos. Cuanto más rígidas son las convicciones, más destructivas son las refutaciones.
Cuanto más segura de sí misma está la creencia de estar apoyada sobre fundamentos absolutos, más profunda es la caída en la duda. Incluso el propio Platón no soportaba el negativismo mayéutico de su maestro y comenzó a exigir en cambio un saber positivo, un saber, por así decirlo, nacido a la vida y capaz de resistir la prueba de la comadrona destructiva. Las ideas innatas son una invención ingeniosa de
Platón para zafarse del examen mortal realizado por la mirada de la comadrona socrática. De la impaciencia platónica nació la doctrina de las ideas, y junto con ésta también la doctrina de la reminiscencia, causa, a su vez, de una teoría negativa del nacimiento que afirma que el alma olvida sus ideas innatas en el momento de entrar en el mundo.
De ahí la justificación de la filosofía como escuela de reminiscencia del alma acerca de su conocimiento preexistencial. Acerca de todo esto Sócrates había enseñado -o , mejor dicho, escenificado- supuestamente lo contrario en lugar de abrazar una doctrina: no son precisamente ideas, sean innatas o adquiridas, aquello de lo que el alma tiene que acordarse; de lo que tiene que acordarse es de su nacimiento, para así retrotraerse, en un momento anterior a la vida sumida en opiniones heredadas, hacia una irreflexión inicial fecunda en pensamientos. Para ser capaz de esto, todas las ideas presentadas acerca de cuestiones vitales de importancia tienen que ser anuladas y reelaboradas una tras otra; es más, incluso los pensamientos más nobles y verosímiles han de ser trasladados a un estado en el que oscilen entre la validez y la invalidez, de tal forma que pierdan todo poder definitorio. Esto no significa, sin embargo, caer en el relativismo escéptico... es absolutismo mayéutico. Sócrates no trata, como sí hará Platón más tarde, de ayudar a que el alma consiga la soberanía sobre las opacas opiniones dominantes; él no habría tenido más remedio que considerar la noción platónica de las ideas innatas como un engendro más. Lo que importa es que son siempre las almas abortadas las que ya llegan a las opiniones y se adhieren a ideas rígidas. Sin embargo, si nos fijamos en las opiniones y las ideas atendiendo a su efecto, no son nada más que desajustes en la capacidad de tomar parte en el juego de Eros. Las almas infectadas por él tienen que perturbarse, enojarse, avergonzarse, excitarse y desarmarse por la dialéctica negativa tanto como para desligarse de la lucha a muerte de la opinión prefijada y así sentir un aliento de esa libertad de espíritu que sopla en el paraíso de la falta de opinión. Lo irónico de Sócrates es que él no es nada irónico cuando asegura en innumerables ocasiones que sólo sabe que no sabe nada. Ante la frase más conocida de todas las frases filosóficas occidentales, los comentadores siguen haciendo cola desde hace dos mil años, rindiendo alabanza al patriarca del no-saber, y todavía convencidos de que sabía más. "



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