Los hermanos Zemganno (fragmento)Edmond de Goncourt
Los hermanos Zemganno (fragmento)

"Corrían los años, y perennemente recorrían a Francia las hembras y varones de la compañía, entrando sólo en lugares habitados para dar sus representaciones, y volviendo enseguida a acampar bajo el pabellón de los cielos, alrededor de sus carricoches.
Un día se encontraban en Flandes, al pie de alguna negra colina formada por las escorias y cenizas de la hulla, en algún paisaje de planicie, con dormidos riachuelos, con perspectivas que cortan por doquier altas y humeantes chimeneas de ladrillo. Otro día, en Alsacia, entre los escombros de un castillo vetusto, asaltado y reconquistado por la naturaleza; castillo que ostentaba muros de hiedra y silvestres alelís y flores de las que sólo florecen en las ruinas. Otro se hallaba en Normandía, bajo la gran pomarada, no lejos de un mohoso techo de granja, al borde de un arroyo que canta entre el alto césped de un pradito. Otro en Bretaña, sobre el pedregoso playazo, entre las grises rocas, con el infinito negror del Océano ante los ojos. Otro en Lorena, en la linde de un bosque, sobre un antiguo horno de carbón, oyendo sonar en torno el hacha de los leñadores en las lejanas costas, y sentados a poca distancia de la gruta de donde sale, en la noche de Navidad, la caza grande, dirigida por el montero de jubón de fuego. Otro en Turena, a orillas del Loira, a lo largo de una rampa, contra la cual se escalonaban alegres casitas cercadas de viñedos y jardines con espalderas, donde maduran las frutas más hermosas del mundo. Otro en el Delfinado, metidos entre pinares contra una serrería medio oculta por la espuma del salto de agua y de las claras cascaduelas por donde suben las truchas.
Otro en Auvernia, sobre abismos y precipicios, bajo árboles descabezados por el huracán, entre el mugir de los aquilones y el graznido de los buitres. Otro en Provenza, en el ángulo de un muro resquebrajado por el brote de enorme adelfa y surcado por los correteos de los lagartos, teniendo encima la sombra estrellada de una parra inmensa, y en el horizonte una rojiza montaña, donde se alzaba una quinta de mármol.
Ya se encontraba la compañía acostada en un camino hondo de Berry; ya detenida bajo un crucero en Anjou; ya cogiendo castañas en un soto del Limousin; ya cazando serpezuelas, comestibles en un páramo de Gascuña; ya empujando los carricoches por un sendero montuoso del Franco-Condado; ya faldeando un gave de los Pirineos; ya caminando, en tiempo de vendimias, entre los blancos bueyes, coronados de pámpanos de Languedoc.
Con este sempiterno viajar en todas las estaciones, a través de tanta comarca diferente, érales dado a los titiriteros ver siempre ante sí libertad y espacio, vivir siempre bajo la pura lumbre del sol, respirar siempre aire libre, aire que acaba de besar los henos y los brezos; y a sus ojos embriagarse mañana y tarde en el espectáculo nuevo de auroras y crepúsculos; y a sus oídos penetrarse del rumor confuso de la tierra, de las suspironas armonías de las bóvedas de las selvas, de las aflautadas modulaciones de la brisa en el ondulante cañaveral; y a su ser fundirse con acre goce en la tormenta, el huracán, la tempestad, las cóleras y combates de la atmósfera; y podían comer en los matorrales, y apagar la sed en los manantiales frescos, y reposar en las altas hierbas, mientras cantaban sobre su cabeza los pájaros; y hundir el rostro en la florescencia y el balsámico aroma de las plantas silvestres, escaldadas por el fuego de medio día; y solazarse en prender un momento, en la cerrada mano, al libre animal de la llanura o de la selva; y estarse, según frase de Chateaubriand, boquiabiertos ante las azuladas lejanías; y divertirse en ver, al sol estival, las liebres de pie en los surcos; y conversar con la tristeza de un bosque en otoño, hollando, al cruzarlo, las secas hojas; y procurarse el muelle entorpecimiento de soñar a solas, la sorda y latente embriaguez del hombre primitivo, en perenne y amoroso comercio con la naturaleza; y en fin, satisfacer por todos los sentidos y poros de su organismo, digámoslo así, lo que Liszt llama el sentimiento bohemio. "



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