Hombres buenos (fragmento)Arturo Pérez-Reverte
Hombres buenos (fragmento)

"Una hora más tarde, en la rue Vivienne, alzando la vista bajo el ala vuelta del sombrero calañés, Pascual Raposo observa cómo se apaga la luz de las habitaciones de los académicos en el hotel de la Cour de France. Después deja caer el cigarro, lo aplasta con el tacón de la bota y camina despacio, envuelto en su capote, alejándose del lugar. En realidad, la vigilancia personal de hoy no es necesaria; pocas lo son, pues el policía Milot y su red de confidentes mantienen informado a Raposo de cuanto el almirante y el bibliotecario hacen en la ciudad. Pero ocurre que, como en noches anteriores, el antiguo soldado de caballería sabe que aún tardará en dormirse; que pasará horas desvelado por el ardor de estómago, moviéndose sin objeto por la habitación, o fumando asomado a la ventana. Por eso procura retrasar el momento de meterse entre las sábanas hasta que el sueño sea más profundo, y no lo haga llegar al alba en esa duermevela agotadora que también le deja la cabeza confusa, la boca áspera y los ojos inyectados en sangre.
Ni siquiera Henriette Barbou, la hija de los dueños del hotel, es aliciente para templarlo. A estas horas, calcula Raposo, la joven podría haber ido a su habitación, descalza para no hacer ruido, en camisón y con una vela encendida, dispuesta a meterse en la cama con él —ese pensamiento le provoca una violenta e inoportuna erección—. Ya esta misma tarde se produjo un avance sustancioso cuando él la encontró de rodillas en el suelo, fregando el rellano de la escalera con cubo y bayeta, y ella aceptó una breve escaramuza que concluyó con la promesa de culminarla en la primera ocasión. Sin embargo, ni siquiera eso basta ahora para atraer a Raposo. Es demasiado pronto; si no para él —aunque los estragos de la mala vida empiecen a pasar factura, y la fatiga, ya que no el sueño, llegue cada vez más temprano—, sí para su estómago, su inquieta cabeza y los fantasmas que recuerda, o que genera. Así que, sin prisa, Raposo camina hacia donde sabe que su compadre Milot suele acabar cada jornada laboral: en alguno de los cabarets que abundan en torno a Les Halles, el corazón de los mercados de París.
Pasa la una de la madrugada. Por las calles mal iluminadas crece la animación a medida que Raposo se acerca a su destino. A tales horas, cada noche, cuatro o cinco mil campesinos llegan al centro de la ciudad por diferentes caminos, con mulas y carretas, trayendo desde una distancia de varias leguas verdura, legumbres, fruta, pescado, huevos: todo lo que, por la mañana, aprovisionará los mercados que nutren el vientre enorme de la ciudad. Por eso este lugar de la orilla derecha se encuentra más concurrido de noche que de día. Carros y animales obstruyen algunas calles. En la rue de Grenelle, más iluminada que otras, hay varias tabernas abiertas; y en los angostos callejones laterales, sumidos en sombras, se adivinan bultos de mujeres que acechan a los transeúntes llamándolos con chasquidos de lengua. "



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