El surco del tiempo (fragmento)Emilio Lledó
El surco del tiempo (fragmento)

"Es cierto que la visión puede levantar en nosotros el rumor de la intimidad en la que se van forjando otras imágenes, otras palabras. La presencia de esas imágenes pone en marcha nuestra reflexión, pero el contenido que, como lógos, le da sustancia, aunque evocado por las imágenes "vistas", está totalmente en nosotros, en nuestro exclusivo diálogo.
Al lenguaje escrito le ocurre también algo parecido. Está ante nosotros como la pintura; pero su forma de presencia es distinta. Rasgos, líneas sobre un papel; su carácter de imagen no tiene que ver con la vida. No es representación imitativa de lo real y, sin embargo, en el aplastado fluir de esos rasgos habla, sin voz, una cierta realidad ausente. Aquí radica el misterio de la escritura que "dice" y, sin embargo, no "habla". El lenguaje escrito es incapaz de moverse de la hierática clausura de su grafía. La inmediata propuesta de lo dicho empieza y, según Platón, acaba en ella misma. Pero en ese empezar hay algo más que la simple imitación que la pintura hace de la vida. La escritura lleva a cabo otra más sutil forma de imitación: la del pensamiento. Porque aunque escrito, es el lenguaje, el lógos, el que se entrelaza en los signos de las letras y esos signos son, como dirá el texto aristotélico, imitación de los sonidos (De Interpretatione, 16a, 3-4).
Los signos escritos no imitan, pues, a la vida. No son apariencia de seres reales, sino de seres ideales. El carácter de idealidad, se debe, precisamente, al hecho de que, aunque sin voz, esos signos "dicen" y, por consiguiente, imitan en sus rasgos el sonido de un pensamiento que se expresa a través de ellos.
"Podrías llegar a creer que lo que dicen fueran como pensándolo" (275d.) Efectivamente, en el proceso de aprendizaje de la escritura, los rasgos que la constituyen estuvieron siempre relacionados con una voz que traducía el signo al sentido aprendido ya en la historia "oral" de cada individuo. La escritura fue llenando de sentido sus signos al ponerlos en relación con aquella voz que les daba contenido cuando se pronunciaba, o sea cuando se conectaban sus significados con el mundo de la oralidad en donde esos significados habían nacido.
El conocimiento de las letras permitió ya una independencia de ese mismo mundo oral, y esos caracteres comenzaron a discurrir por líneas que organizaban sus propios trazos y a inventar otros modos de significatividad que, tal vez, no se habían aprendido en el mundo de la oralidad. Las letras apoyadas en la tradición de la lengua, en la densidad de una semántica establecida en el fondo de la cultura, podían evocar imágenes, ideas, memorias, en el camino de un significado, de una interpretación. "



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