El cuervo blanco (fragmento)Fernando Vallejo
El cuervo blanco (fragmento)

"El diario de viaje de Ángel empieza diciendo: «Esta cartera es obsequio del señor Manuel Pombo, la mañana del 15 de abril de 1878, día de nuestra partida para Europa; y el lápiz con que esto escribo es un bellísimo lapicero de plata que me regaló el doctor Pío Rengifo en la tienda del señor Pombo cuando buscábamos un lápiz para la cartera. Salimos de nuestra casa a la una después de un fuerte aguacero». La «cartera» en cuestión, o libreta, junto con otra que compró durante el viaje para continuar el diario cuando aquella se le acabó, hoy se encuentra en una vitrina del despacho del director de la Biblioteca Nacional, una amplia sala de techos altos y paredes cubiertas de retratos, entre los cuales uno de don Rufino que me mira desde las lejanías de su tiempo irremediablemente concluido. «Don Rufino –le dije la mañana en que fui a consultar las libretas y se cruzaron mis ojos con los suyos–, de tu Colombia no quedaron sino los vicios: los de tu amigo Caro. Si alguna virtud hubo en ese erial del alma, se ha esfumado». Entonces advertí que desde otra pared me miraba el mencionado Caro, olímpico señor que durante seis años presidió nuestro destino violentándose a sí mismo, pues la presidencia era «la cosa más contraria a su carácter y a sus hábitos». A punta de latinajos y avemarías manejó el rebaño. Y cuando las avemarías y los latinajos no le funcionaban con las ovejas descarriadas, a bala y a destierro. El Manuel Pombo que menciona Ángel en su diario era hermano de Rafael. Este y Cuervo, aunque no se diga, acabaron por tomarle una profunda animadversión a Caro, que me contagiaron. No lo puedo ver ni en pintura.
Salieron pues los dos hermanos de Bogotá a la una de la tarde después de un fuerte aguacero, y luego, a caballo, fueron rezando el rosario de las estaciones: Facatativá, Funza, Villeta, Guaduas, Pescaderías y Caracolí donde tomaron un vaporcito que los llevó por el río Magdalena hasta Barranquilla donde se embarcaron para Europa en un trasatlántico, el Amérique, el mismo en que empezando 1895 habría de naufragar Silva a su regreso de Caracas. Un año y unos meses después del naufragio, del que se salvó, Silva se pegó el tiro en el corazón, del que no.
Pasa fugazmente por la vida de los Cuervo un joven bogotano, Francisco Mariño, ingeniero recién graduado, de veintidós años, que los acompañó desde Bogotá hasta París en el primer viaje, y al que Rufino José le escribió varias cartas que han quedado. Por caprichos del destino, cuando se iban de nuevo de Colombia los dos hermanos para su segundo viaje se lo volvieron a encontrar en Facatativá, por donde habían pasado con él tres años atrás cuando el primero. Ahora el joven trabajaba en ese pueblito en la construcción del Ferrocarril de la Sabana. Venían con los Cuervo Rafael Pombo y otros amigos que los acompañaron hasta allí para despedirlos. Pombo les compuso a los viajeros una décima de despedida, que quedó en un papel firmado por él y por el joven Mariño y con la fecha: 18 de mayo de 1882. El día anterior, en Bogotá, Pombo les había dedicado a los Cuervo una copia de un retrato suyo en cuyo reverso escribió: «A mis más que amigos Ángel y Rufino J. Cuervo, siempre suyo, Rafael Pombo, Bogotá, mayo 17, 1882 (copia, aunque mala, del retrato por Felipe S. Gutiérrez. N. York, 1872)». No se volverían a ver. A Pombo le escribió Rufino José durante lo que le restó de vida, veintinueve años. En cuanto a Francisco Mariño, se casó en Bogotá y Rufino José fue su padrino de matrimonio por poder. Luego lo volvieron a ver los Cuervo, fugazmente, cuando pasó por París camino de Londres a tratar asuntos relacionados con la constructora de ferrocarriles para la que trabajaba. Regresó a Colombia y poco después murió, en 1886, a los treinta años. Le esculpieron en la tumba una locomotora.
Gracias al diario de Ángel, a las cartas de Rufino José dirigidas al joven Mariño, a Caro y a Uricoechea, más las guías Baedeker que usaron y anotaron y los muchos papeles que guardaron, de una ciudad y otra, el primer viaje de los Cuervo desde Bogotá a París y su correría por Europa los puedo reconstruir paso a paso, y a veces día a día y hasta con las horas, como novelista que inventa. Del segundo viaje en cambio, el definitivo, sé muy poco: lo que acabo de contar de la despedida en Facatativá, lo que cuenta en su libro En viaje el argentino Miguel Cané, y la breve información de un periódico.
Miguel Cané fue el cuarto o quinto argentino en llegar a Colombia en lo que esta llevaba de historia. Tenía treinta y un años y venía como primer embajador de su país, acompañado de un joven secretario, Martín García Merou. Lo que vieron estos argentinos europeizados no lo podían creer: un país de latinistas entre indios y mestizos y con Academia de la Lengua, que no tenía Argentina. Llegaron a Bogotá, con los ojos saliéndoseles de las órbitas, el viernes 14 de enero de 1882, «día de mercado», según anota Cané en ese libro En viaje que lo habría de hacer célebre. Cuatro meses después, el jueves 18 de mayo, se marchó dejando a su joven secretario de encargado de negocios. Varias cosas cuenta en ese libro de los Cuervo y su cervecería, y del Diccionario de Rufino José quien por entonces lo empezaba, pero lo que me importa ahora es su partida. «Hay que partir; el carruaje espera a la puerta y los buenos amigos que van a acompañarme hasta el confín de la Sabana están listos». Las despedidas consistían entonces en acompañar por un tramo a los viajeros: dos o tres pueblos. ¡Hoy yo no acompaño ni a mi santa madre al aeropuerto! Y a desandar Cané el camino por donde había llegado: Los Manzanos, El Alto del Roble, Agualarga, Chimbe, Villeta, Guaduas… En Guaduas se encontró con los Cuervo, que emprendían su segundo viaje a Europa y que habrían de seguir con él hasta Barranquilla, por el Magdalena. Pero los Cuervo no llegaron a Guaduas por la ruta de Cané: llegaron por Facatativá, donde los despidieron Rafael Pombo y el joven Mariño según acabo de contar. El domingo 21 de mayo, en Bodegas, Cané y los Cuervo tomaron el vapor Confianza, que los llevó a Barranquilla. El nombre del barco lo sé porque el Diario Oficial de tres días después lo dijo, y enumeró los pasajeros: los hermanos Cuervo, Pedro Carlos y Juan Evangelista Manrique, Mariano Tanco y sus tres hijas, Miguel Cané… Y otros que no cito no porque no los conozca pues Bogotá entonces era muy chiquito y nos conocíamos todos, sino por no abrumar al lector. Dos apellidos encuentro en esa lista que hacen palidecer a la prosaica novela frente a la irrealidad de la vida: el de las Tanco y el de los Manrique.
Cuatro años atrás, en el primer viaje, las señoritas Leonor y Teresa Tanco iban con los Cuervo en el Amérique rumbo a Francia: las menciona Ángel en su diario. En alta mar, yendo de Guadalupe a las Azores, Teresa Tanco, que era pianista de música clásica, dio un concierto en el barco y tocó unas variaciones sobre La sonámbula, «con tal destreza y sentimiento que arrancó numerosísimos aplausos» según Ángel. A Teresita Tanco la conozco desde hace mucho pues pasa por la vida de Silva, que él vivió y que yo escribí, y que me rezo como el rosario. ¿Quién dentro de 130 años le podrá seguir la pista a uno que tomó hoy un avión? ¡Qué chiquito era entonces el mundo! Nos conocíamos todos. Con la abolición de las distancias esto se ha agrandado mucho. En cuanto a los Manrique, Juan Evangelista también me persigue desde Silva. ¡Con eso de que le pintó sobre el pecho el sitio del corazón para que ahí se pegara el tiro! ¡Qué se lo iba a pintar! Y sin embargo ahí va en ese vapor Confianza por el Magdalena con los Cuervo rumbo a Francia… Y sin embargo habría de estar cerca de don Rufino cuando moría… Y sin embargo condujo su duelo… De suerte pues que Juan Evangelista Manrique acompañó a Cuervo en sus dos más decisivos momentos: cuando se iba de Colombia y cuando se iba de esta vida. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com