Expedición nocturna alrededor de mi cuarto (fragmento)Xavier de Maistre
Expedición nocturna alrededor de mi cuarto (fragmento)

"Confesaré, no obstante, de buena fe que no comprendo del todo mejor mi sistema que todos los demás sistemas que han brotado hasta nuestros días de la imaginación de los filósofos antiguos y modernos; pero el mío tiene la preciosa ventaja de estar contenido en cuatro líneas, aun siendo tan enorme. El lector indulgente tendrá la amabilidad de observar también que ha sido lucubrado todo de una pieza en lo alto de una escalerilla. Lo habría, sin embargo, exornado con comentarios y notas si en el momento en que estaba más embebido en mi asunto no hubiera sido distraído por sonidos deliciosos que llegaron agradablemente hasta mis oídos. Una voz como jamás había oído otra tan melodiosa, sin exceptuar siquiera la de Zeneida; una de esas voces que están siempre acordes con las fibras de mi corazón, cantaba muy cerca de mí una romanza, de la cual no perdí una sílaba y que nunca se borrará de mi memoria. Escuchando con atención, descubrí que la voz salía de una ventana más abajo de la mía; desgraciadamente, no podía verla porque la extremidad del tejado, por encima del cual se elevaba mi ventanillo, la ocultaba a mis ojos. Sin embargo, el deseo de ver a la sirena que me deleitaba con su canto aumentaba en proporción con el encanto de la romanza, cuyas palabras seductoras habrían arrancado lágrimas al ser más insensible. No pudiendo resistir mi curiosidad, me di prisa a subir hasta el último escalón; puse un pie en el borde del tejado y, agarrándome con una mano a la barandilla de mi ventana, me quedé así suspendido sobre la calle, a riesgo de estrellarme.
Vi entonces en un balcón, a mi izquierda, un poco más abajo de mí, a una mujer joven que llevaba un peinador blanco; su mano sostenía su linda cabeza, lo bastante inclinada para dejar entrever, al reflejo de los astros, el perfil más interesante, y su actitud parecía imaginada para presentar a plena luz a un viajero aéreo, como yo, un talle esbelto y bien marcado; uno de sus pies desnudos, echado con negligencia hacia atrás, estaba vuelto de manera que me era posible, a pesar de la oscuridad, presumir sus dimensiones proporcionadas, mientras que una preciosa sandalia, de que se había descalzado, las determinaba todavía mejor a mis ojos curiosos. Ya podrá usted figurarse, mi querida Sofía, cuánta era la violencia de mi situación. No me atrevía a lanzar la más mínima exclamación, por miedo de asustar a mi hermosa vecina, ni a hacer el menor movimiento, por miedo de caerme a la calle. No obstante, se me escapó un suspiro a pesar mío; pero me dio tiempo a contenerme en la mitad: el resto fue llevado por el céfiro que pasaba, y pude examinar a mis anchas a la soñadora, manteniéndome en esta posición peligrosa con la esperanza de oírla cantar de nuevo. Pero, ¡ay!, la romanza se había concluido y mi infausto destino la hizo guardar el silencio más obstinado. En fin: después de haber esperado un gran rato, me pareció poder atreverme a dirigirla la palabra; no se trataba más que de encontrar una galantería digna de ella y del sentimiento que me había inspirado. ¡Oh, cuánto sentí no haber terminado mi epístola dedicatoria en verso! ¡Qué ocasión más a propósito para haberla empleado! Mi presencia de espíritu no me abandonó en este trance. Inspirado por la dulce influencia de los astros y por el deseo, más poderoso cada vez, de salir airoso cerca de una beldad, después de haber tosido ligeramente para prevenirla y para hacer más suave el sonido de mi voz: «Hace un tiempo hermoso esta noche», la dije con el tono más afectuoso que me fue posible. "



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