Los crímenes de Van Gogh (fragmento)José Pablo Feinmann
Los crímenes de Van Gogh (fragmento)

"Ana Espinosa ya estaba allí, frente a la Cámara, en su pequeña mesa, sin ningún papel ante ella, nada que algún otro hubiera escrito; estaba, Ana, dispuesta a descargar toda su furia, su odio contra el asesino que acababa de cobrarse una segunda vida.
—¿Lista, Ana? —preguntó Gustavo Negri—. ¿Maquillaje okay?
Alguien quitó un brillo insidioso en la nariz de Ana. Ahora sí: todo en orden.
—Estoy lista —dijo Ana.
Negri miró al cameraman. Ordenó:
—Close up y después te vas alejando muy lentamente. Si llora, primerísimo primer plano de las lágrimas.
Ana, con una voz firme y reflexiva, comenzó a hablar.
—¿Hay límites para la maldad humana? —A Negri le pareció deslumbrante que Ana comenzara con una pregunta. «¡Qué mujer!», pensó. «Es maravillosa». Ana continuaba—: Ya nadie puede creer en una visión optimista de la Historia. Hitler y Auschwitz, Stalin y Gulag, Truman e Hiroshima, sólo por nombrar algunos de los horrores de este horroroso siglo XX, testimonian una verdad lacerante: la Humanidad no progresa, se envilece en la destrucción. —«Demasiada filosofía», pensó Negri, impaciente. «Hoy no me llora». Ana dijo—: Pareciera que el ser humano es un ser que disfruta su compromiso con la Muerte. —Se detuvo. Se inclinó hacia Cámara. Sus ojos se encendieron. Fragorosamente dijo—: Y pareciera que usted, Van Gogh, lo disfruta con mayor intensidad que nadie. ¡A usted le hablo! Sé que me escucha. Sé que quiere atemorizarme. Y sé que no lo va a conseguir. —Se aquietó. Con dolor, dijo—: Su nombre era Lucía Peña. Era una mujer joven y particularmente bella. No merecía morir. Nadie merece morir. Sin embargo, Van Gogh la mató. Lucía Peña fue, trágicamente, su segunda víctima. —Hizo una pausa. Detrás de ella proyectaron una imagen de Lucía Peña. Ana continuó—: Sé, Van Gogh, que Lucía Peña no va a ser su última víctima. Sé que continuará sus crímenes atroces. Sé que la fuerza que lo impulsa a matar es, en usted, más fuerte que cualquier otra. Pero sé, también, que esa fuerza lo va a perder. Que su necesidad de matar lo va a volver cada vez más torpe, más apresurado, más compulsivo. Y ahí, entonces, cometerá un error. —Hizo una pausa dramática. Clavó sus ojos en la Cámara. No había lágrimas esa noche. Quizá ya no las hubiera más. Ana exhibía un temple implacable. Dijo—: Un error, Van Gogh. Es todo cuanto hace falta. Un error y todo terminará para usted. Si quiere, siga dejando mensajes en mi contestador. Si quiere, siga dejándome videos con palabras de muerte. No le tengo miedo. Míreme bien. Soy Ana Espinosa. Y lo odio. Porque amo la vida.
Negri, en el control, ordenó el fundido a negro.
Luego fue en busca de Ana. Ya comenzaban a sonar los teléfonos.
—¡Brillante, Ana! —exclamó—. No hubo lágrimas, pero hubo una fiereza espléndida. Como muy visceral. —Giró hacia un asistente. Ordenó—: Anoten los llamados. Díganles que Ana va a responder. —Hizo un amplio gesto con los brazos. Exclamó—: ¡Que les va a responder a todos!
—No les puedo responder a todos —dijo Ana.
Negri lanzó una risotada.
—No importa —dijo—. Nosotros les decimos que sí. ¿O les vamos a impedir que sueñen?
Dejaron de proyectar la imagen de Lucía Peña. "



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