Inocencia (fragmento)Penelope Fitzgerald
Inocencia (fragmento)

"Salvatore había vuelto con la intención de vender la parte que le correspondía de las tierras de la familia. Había decidido construirse una casa en las afueras de Florencia, con un jardín y una clínica en un edificio aparte. Aquello sería lo mejor para los niños. Comenzaría a construir de inmediato, antes de que se celebrara la boda. La cooperativa de viviendas asociada al hospital le daría un préstamo al dos y medio por ciento, y con la venta de lo que poseía en Mazzata podría abonar el depósito inicial. No les pediría nada a los Ridolfi. Iba a endeudarse hasta las cejas, pero así estaba la mayor parte de la población mundial después de la guerra. Pero, a su juicio, al no esperar nada de la familia de su esposa, ocuparía un lugar destacado, minoritario y excepcional. Sus perspectivas no eran nada malas. Podría hacer lo que hasta el momento había evitado; y que consistía en inscribirse para trabajar como especialista para una de las compañías de seguros más importantes. Además, tenía casi confirmada la plaza en el Departamento de Neurología del S. Agostino. Aunque, por supuesto, nada en la vida era seguro. Se permitió pensar por unos momentos en su novia, y la imagen que le vino a la cabeza fue la de Chiara desnuda, arrastrando un inmanejable edredón blanco hasta las ventanas de La Ricordanza, casi incapaz de moverse por la risa. Curiosamente, aquel recuerdo le dejó una profunda sensación de pureza y de sosiego. No era aquello lo que esperaba sentir, así que se quedó un poco desconcertado.
Sabía perfectamente qué dirección iban a tomar las opiniones de la gente, en su familia, fuera de ella, y en el Café Centrico de Mazzata. Sus hermanos le recordarían sus obligaciones y la lealtad que le debía a la familia, e insistirían en que, por tanto, tendría que desprenderse de su parte por una cantidad mucho menor de la que marcaba el frío e impersonal precio de mercado. Su hermana mayor pensaría de él, y así se lo haría saber, que era un idiota por no tener más dinero del que tenía. Ella se había casado con el zapatero, el hombre más tacaño y más intelectualmente deshonesto de Mazzata, y solo contaba con su propia experiencia de absoluta infelicidad para dar consejos. Tras un par de días de discusiones, el zapatero, que había conseguido ahorrar un pequeño capital prestando sus servicios como carabiniere, les haría saber que él, junto con unos socios cuyos nombres no iba a dar, estaría dispuesto a pagar un poco más de lo que le ofrecían sus hermanos por los pocos terrones de tierra de Salvatore. Y luego estaba su madre. Como siempre, antes de viajar, había tenido que telefonear a la tienda de ultramarinos y pedir que alguien fuera a avisarla. Tardó bastante en llegar, a pesar de que vivía al lado. "



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