Cacereño (fragmento)Raúl Guerra Garrido
Cacereño (fragmento)

"Un clamor de circo acogió la propuesta. Los inmigrantes ya no se podían evadir, por bigotes tenían que formar el equipo cacereño, negarse sería un signo de debilidad.
Se interrogaron con la mirada. No estaban muy bien enterados de las reglas del juego, pero los más fuertes se dispusieron a lo que fuera. Pepe aceptó el reto con júbilo, por lo menos le serviría de desahogo, la oposición que sentía a su alrededor se personalizaría en alguien concreto con el que pelear. No es que fuera de los más fuertes, pero tenía fama de nervio.
Los eibaitarras seleccionaron el equipo, así como el orden de los miembros a lo largo de la cuerda, con una seriedad de profesionales. Se tomarían una pequeña revancha por la invasión a que se veían sometidos, demostrando quién es quién.
Un equipo de sokatira consta de ocho hombres, uno es el hombre poste que se sitúa el último, debe ser el de más peso. Este gordo, pero fuerte, sujeta la cuerda pasándosela por todo el cuerpo y entrepiernas, su resistencia marca la del equipo. Los otros siete sólo tirarán con las manos, se colocan la mitad en kilos a cada lado de la soga para que quede tensa y recta. Cada equipo se sitúa a un extremo de la soga y en el punto medio de ésta se ata un pañuelo, después, en el suelo, se trazan dos señales equidistantes. Cada equipo empuja para su lado, el que consiga que el pañuelo llegue a su señal gana.
Los cacereños imitaban como buenamente podían a sus oponentes. Pepe, por ser el más menudo, quedó el primero frente al enemigo. Tremendo error táctico. ¡Preparados! Manos enormes, como zarpas, empuñaron la soga. ¡Ya! Los brazos musculosos, peludos, se pusieron en tensión.
El primer envite fue tan brutal que el equipo resto provincias se tambaleó y algunos de sus componentes cayeron de rodillas hacia adelante. Se rehízo poco a poco y recuperó terreno volviendo a la posición inicial. Durante unos segundos la tensión dinámica se igualó en ambas partes, la soga quedó inmóvil. Los gritos de ánimo, encontrados, llegaban al cielo.
—¡Fuerza!
—¡Os movéis menos que el salario base!
Tiraron fuerte los vascos. Pepe veía con terror cómo la soga se le escurría, no quería soltar y la fricción le arrancaba la piel, los pies que tenía clavados en el suelo también se le iban a pesar de destrozar los zapatos intentando agarrarse al menor relieve. Veía las caras de sus oponentes como si fueran monstruos, Iñaqui era el tercero de enfrente, de vez en cuando, coincidiendo con algún tirón, se miraban rabiosos. No quería, no podía perder, pero el pañuelo se le iba, intentó un tirón desesperado. Resbaló. Cayó al suelo sin soltar la cuerda y fue arrastrado más allá de las dos señales. Clavó las uñas en la tierra hasta hacerse sangre, sin querer mirar a su alrededor. Habían ganado los vascos.
Sonó el chistu con aire victorioso, vivas, algarabía, baile por lo suelto. Los jefes felicitaban a ambas partes, para evitar secesiones, comentando que más mérito habían tenido los de fuera por resistir tanto tiempo sin tener idea de la técnica del juego.
Los ganadores saboreaban las mieles del triunfo. Los compañeros les golpeaban la espalda, les levantaban los brazos como a los boxeadores y les pusieron unas txapelas grandes como paraguas, de campeones. Izaskun corrió hacia Iñaqui, se abrazaron y se besaron en la mejilla. Pepe, maltrecho, sentado en una banqueta porque no se tenía en pie, creyó morir al verla. "



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