Expo 58 (fragmento)Jonathan Coe
Expo 58 (fragmento)

"Las ligeramente apolilladas cortinas estaban echadas y a sus ojos les llevó unos segundos acostumbrarse a la oscuridad. Al poco rato ya fue capaz de distinguir lo suficiente como para estar seguro de que no tenía ni idea de dónde estaba. Sintió una oleada de pánico y se reincorporó bruscamente. Notó un martilleo en la cabeza por la brusquedad del movimiento. A tientas en la penumbra, encontró el interruptor de la lámpara de la mesilla de noche y la encendió.
La habitación estaba amueblada con sencillez y distaba mucho de ser lujosa. Thomas oía el goteo de un grifo procedente del lavabo. Estaba completamente vestido. Desplazó las piernas hacia un lado de la cama y se puso en pie, moviéndose con más cuidado que antes, consciente de que cualquier gesto brusco le provocaría más dolor. Se acercó a la ventana –estaba a sólo dos o tres pasos– y corrió las cortinas. Pero el panorama que se veía desde allí no le dijo gran cosa. Sólo vio un callejón gris y barrido por la lluvia que lo separaba poco más de un metro de una pared de ladrillo. Incluso ahora resultaba difícil, debido a la tonalidad de la luz, adivinar qué hora del día debía de ser. Consultó su reloj. Eran las tres menos cuarto.
Después de meter la cabeza bajo un chorro de agua fría durante uno o dos minutos, palpar el bolsillo de su americana (que estaba colgada en el ropero) para comprobar que la cartera seguía allí, y echar una última mirada a la habitación para asegurarse de que no se dejaba ninguna de sus posesiones encima de alguna superficie, Thomas abrió sigilosamente la puerta y salió al estrecho pasillo alfombrado con una gruesa moqueta. Se guardó la llave en el bolsillo y cerró suavemente la puerta a sus espaldas. Todo estaba en silencio. No había ninguna camarera en el pasillo aspirando la moqueta o llevando sábanas limpias de una habitación a otra que le saludase sonriente al pasar junto a él con un «Bonjour». Rara vez se había visto envuelto por un silencio tan profundo.
Como no logró encontrar ningún ascensor, bajó tres tramos de escaleras y finalmente llegó a un sórdido y estrecho vestíbulo. La iluminación era escasa y no había nadie sentado detrás del mostrador de la recepción. Thomas pulsó el timbre. Al cabo de un rato apareció por la puerta del fondo un tipo larguirucho y desgarbado, de tez cetrina. Estaba comiendo un sándwich. "



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