Grandeza y miseria (fragmento)Pío Baroja
Grandeza y miseria (fragmento)

"Entraba muy poca gente, y si entraba alguien, nos apresurábamos, los que estábamos dentro, a cerrar la puerta y a callarnos. La madre de Anatole contó muchas cosas interesantes de su pueblo y de su familia con ingenio; la hija, que era parisiense, inteligente y discreta, hablaba también con gracia. Había mandado a sus dos hijos, chico y chica, al pueblo.
Las dos señoras de la casa y yo, aunque no tuviéramos dato ninguno, creíamos que los primeros encuentros de la guerra serían desfavorables para los franceses e ingleses, pero que, después, en el Sena, en el Loira, y, en último término, en el Garona, pararían a los alemanes.
No era más que pensar por aproximación que sucedería algo como en la guerra pasada del catorce, y suponer que, así como en la otra, los enemigos se detuvieron en el Marne, ahora se detendrían en algún río de mayor tamaño y más al sur de Francia.
Luego se vio que lo que hizo de Marne en esta guerra fue el canal de la Mancha. Si hay otra guerra mundial con el tiempo, entonces hará de Mame el Atlántico o el Pacífico.
Bastantes personas pasaron por la tiendecita esta en los cinco o seis meses de preliminares de la guerra que yo hice allí la tertulia.
Lo que me chocó es que entre aquellos contertulios de la tienda no apareciera el tipo del patriota un poco fanfarrón que hay en todas partes, y que yo mismo, en tiempos lejanos, había conocido en Francia.
La mayoría de los hombres y de las mujeres tenían una actitud de desconfianza y de reserva, pero nada de alharacas, ni de bravuconadas, ni de decir que el Ejército del país era el mejor de Europa.
No. La gente esperaba que el Ejército cumpliera, y tenía el convencimiento de que Alemania era muy poderosa.
También se creía en la eficacia de la línea Maginot, y en que se inundarían las tierras de Bélgica y de Holanda para impedir el paso del Ejército enemigo, si era necesario. El doctor Fabre, del Hospital Laennec, se mostraba muy pesimista. Dudaba de las ilusiones de los patriotas, aun de aquellas pequeñas y de poco vuelo.
De todos los contertulios que pasaron por la reunión de la tiendecita de la calle Oudinot y por el establecimiento de la calle del Bac, el más interesante me pareció un hombre de unos cuarenta a cincuenta años, alto, rubio, con un aire triste y desolado. Se llamaba Carlos Brunel. "



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