De Monarchia (fragmento)Dante Alighieri
De Monarchia (fragmento)

"Digo, además, que el ser, la unidad y la bon­dad tienen un orden entre sí, según el quinto modo de denominar «la prioridad». En efecto, el ser precede por naturaleza a la unidad, y ésta, a su vez, a la bondad, porque cuanto mayor es el ser, mayor es su unidad, y cuanto mayor la uni­dad, mayor es la bondad, y, en la medida en que una cosa se aleja del ser máximo, tanto más aleja­da está de la unidad y, consecuentemente, de la bondad. Por lo cual, en todo género de cosas, lo mejor es aquello que es más uno, como afirma el Filósofo en su tratado Del ser simpliciter. De aquí que la unidad del ser sea la raíz de su bon­dad, y la pluralidad, la raíz del mal. Por eso Pitágoras, en sus correlaciones, ponía la unidad en la parte del bien, y la pluralidad, en cambio, en la del mal, como queda claro en el libro primero de Del ser simpliciter. De lo dicho se puede dedu­cir que pecar no es otra cosa que pasar del des­precio de la unidad a la multiplicidad, cosa que veía el Salmista cuando decía: «Diste a mi cora­zón más alegría que cuando abundan el trigo y el mosto». Por consiguiente, queda claro que todo lo que es bueno, lo es porque tiene su con­sistencia en la unidad. Y, siendo la concordia en cuanto tal un bien, es evidente que posee una unidad que es como su raíz. Y esta raíz aparecerá si tratamos de conocer la naturaleza o esencia de la concordia. En efecto, la concordia es el movimiento uniforme de muchas voluntades, en lo cual aparece que la unidad de la voluntad, que sabemos que se da por el movimiento uniforme, es la raíz de la concordia o la concordia misma. Pues así como diríamos que varios terrenos son «concordes» por descender todos hacia el mismo valle, y que varias llamas lo son también por ascender todas hacia su circunferencias, si esto lo hicieran voluntariamente, así llamamos «con­cordes» a un grupo de hombres, por moverse simultáneamente, según su voluntad, hacia el mismo fin que está formalmente en sus volunta­des, como hay también formalmente una misma cualidad en los terrenos, es decir, el peso, y otra en las llamas, que es la ingravidez. En efecto, la facultad volitiva es una potencia, pero su forma es la especie del bien aprehendido, la cual, como todas las demás formas, es una en sí misma, y múltiple según la multiplicación de la materia re­cipiente, como el alma y el número y otras for­mas contingentes, que pueden intervenir en la composición.
Supuestas estas premisas, para la declaración de la proposición que se ha de formular a este propósito, hay que argumentar del siguiente modo: toda concordia depende de la unidad que haya en las voluntades; ahora bien, el género humano es una especie de concordia cuando se en­cuentra perfectamente, porque así como un solo hombre cuando se encuentra en perfectas dispo­siciones de alma y de cuerpo es una forma de concordia, y lo mismo una casa y una ciudad y un reino, así también lo es todo el género huma­no; luego el mejor estado del género humano de­pende de la unidad que se da en las voluntades. Pero ésta no puede darse si no hay una voluntad única, dueña y directriz de todas las demás en orden a la unidad, ya que las voluntades de los mortales, a causa de los muelles placeres de la adolescencia, necesitan dirección, como enseña el Filósofo en el último libro de A Nicómaco.
Pero esta única voluntad no puede darse a no ser que haya un solo príncipe para todos, cuya voluntad pueda ser dueña y directriz de todas las demás. Y, si todas las conclusiones anteriores son verdaderas, como lo son, resulta necesario que, para que el género humano se encuentre perfec­tamente, exista en el mundo un Monarca y, consecuentemente, que exista una Monarquía para bien del mundo. "



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