Cómo todo acabó y volvió a empezar (fragmento)E.L. Doctorow
Cómo todo acabó y volvió a empezar (fragmento)

"Yo pasaba muchas horas estudiando el almanaque. Eso evitaba que pensara o que me preguntara dónde estaría pasando el invierno el Hombre Malo. El almanaque contenía, entre muchas otras cosas, los datos censales de los diferentes estados y de sus distritos territoriales, y se indicaban las fechas en que habían entrado a formar parte de la Unión. Siempre me habían gustado esta clase de lecturas. Antes de que me entrara la fiebre de irme al Oeste, trabajé varios meses en casa de un abogado, y siempre me gustó el tacto del papel, grueso y grande, de los documentos legales, o leer memorias salpicadas de latín. Después, en mis constantes viajes, siempre que tropezaba con algún bando o aviso me lo leía de cabo a rabo. Hay gente que tiene debilidad por las cartas o por reducir a virutas, con su cuchillo, cuantos palos o trozos de madera caen en sus manos; mi debilidad han sido siempre los documentos, la recopilación de hechos y otras cosas por el estilo.
Cuando llegué a Hard Times por primera vez, no fue nada determinado lo que hizo que me detuviera en el pueblo. Fee estaba poniendo las últimas tablas de madera al saloon de dos pisos de Avery. El hecho de que estuviera construyendo aquel local precisamente delante de aquella extensa llanura me chocó bastante. Pensé que un carpintero tenía mejores lugares donde ganarse la vida y que la desolada pobreza de aquel sitio no merecía en absoluto su labor; sin embargo, era tal la confianza y la resolución con que Fee trabajaba que me avergoncé de haber puesto en duda la utilidad de su obra. A mis cuarenta y ocho años, totalmente cansado de mirar, de buscar, de no parar de ir de un lado a otro y de querer no sabía qué, estaba en condiciones de admitir que no era el lugar ni su situación lo que más me importaba. Compré un cuarto que daba a uno de los porches que había a lo largo de ambos lados de la calle y allí me quedé. Más tarde, sin ninguna intención especial, le compré un libro de registro a un hombre que viajaba vendiendo de todo un poco; y, después, compré el escritorio y otras cosas a aquel abogado que se fue a trabajar a las minas. Puse el libro sobre la mesa y, en mis ratos de ocio, comencé a anotar el nombre de todos, la tierra que pretendían y las propiedades que ya poseían. Nunca había disfrutado tanto. El pueblo no tenía ningún promotor y, claro, nada quedaba registrado. Si alguna vez crecía lo suficiente como para ser inscrito oficialmente o si el territorio necesitaba los nombres necesarios para solicitar su transformación en estado, yo dispondría de los datos esenciales. Algunos, como Avery, rieron cuando se supo lo que yo estaba haciendo; más tarde, él mismo fue uno de los primeros que me llamó alcalde…
Pero solo pensar en ello provocaba que los días se me hicieran más largos.
Una de aquellas frías tardes, se oyeron unos golpes en nuestra puerta: era Isaac Maple. Entró disculpándose y nos dijo que había intentado ver a Jenks y al Zar, pero que Jenks se hallaba durmiendo y que el Zar estaba de mal humor y no tenía ganas de hablar con él. "



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