Esplendor de Portugal (fragmento)António Lobo Antunes
Esplendor de Portugal (fragmento)

"Josélia en la hacienda, en Chiquita, creo que en Chiquita puesto que las hojas cantaban en el silencio, cantaban y cantaban en el silencio, se acercaba sin atreverse a tocarme porque una jinga no toca a su patrona ni pide permiso para tocarla, Josélia, creo que en la hacienda ya que se sentía el nerviosismo de las codornices o sea aquel rumor de soldados mutilados que degüellan en la oscuridad, se acercaba para que yo no alarmase a mi marido, a mis hijos, a mi madre –Señora muy bajo
–Señora a la espera de que yo volviese a dormirme en mi habitación, volviese a dormirme sobre la lona del jeep como si eso fuese posible, señores, como si me hubiese quedado imagínese sola y viviese imagínese sin nadie que se hiciera cargo de mí, que se preocupase, se interesase por mí, yo que en aquel momento me encontraba en Baixa do Cassanje con mis padres, vestida de blanco, con lazo blanco en las trenzas, con diez, doce, trece años como mucho (basta reparar en este olor, basta ver el río y el almacén más allá, el algodón que se abre, el girasol, el maíz, basta notar que no tengo una sola arruga, una sola peca, una sola cana, una sola mancha de la edad en los espejos) yo en la terraza con mis padres la tarde en la que una mujer cualquiera, despeinada, masticando tabaco, envuelta en un paño del Congo hecho jirones, tropezó con los tiestos al trasponer la cortina de abalorios de la sala, mi madre desconsolada –Tu hija, palabra de honor, Eduardo las visitas descubrían entre los marcos de mis abuelos, de mi padrino, de mis primos, la fotografía de una muchacha sonriente entre preludios de baile en el palacio del gobernador, en medio de oficiales uniformados y caballeros con esmoquin, la fotografía de una muchacha con tocado en el almuerzo del obispo, mi madre que abría un cajón y la sepultaba allí dentro –Le hago tan poco caso que no tenía la menor idea de que estuviese ahí, fíjese las visitas con un sobresalto enojado
–No puedo creerlo yo en Baixa do Cassanje, en la terraza con mis padres vestida de blanco, con lazo blanco en las trenzas, con diez, doce, trece años como mucho, mientras me cogían en brazos protegiéndome de la mujer despeinada, descalza, consumida, masticando tabaco envuelta en un paño del Congo hecho jirones que no imaginaba, no suponía quién podría ser pero que no era yo, qué estupidez, cómo podría ser yo si yo no paso hambre, me ducho, gracias a Dios qué sospecha más tonta nunca olí a negro, yo abrazada a mi madre que miraba a la mujercita que me miraba desde la puerta, coincidiendo con ella, dispuesta a gritar con ella con la misma desilusión y el mismo pavor –Tu hija, palabra de honor, Eduardo, aún es capaz de venir aquí cualquier día amenazándonos con un alfanje y de degollarnos a todos. "



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