Lila (fragmento)Marilynne Robinson
Lila (fragmento)

"El anciano salió al porche delantero y le sonrió con la cabeza ladeada, como hacía cuando había algo que no iba a preguntarle, así que ella dijo: –Hemos ido al cementerio, a cuidarlo un poco. –Ella dijo «hemos» y él no preguntó, así que ella añadió–: Yo y la criatura. Parece que somos dos, ahora se está moviendo un poco.
–Sois dos –dijo él–, así que somos tres, me parece. Pues los tres podríamos cenar algo. –Y mantuvo la puerta abierta para que pasara.
A Doll le habría encantado la cocina. Toda pintada de blanco, hasta las cortinas eran blancas. Por la mañana entraba el sol. Lila la limpiaba a fondo cada día, como Doll hacía en aquella cocina de Tammany. Era raro, pero las cosas le resultaban más fáciles si imaginaba que estaba allí sólo para encargarse de la limpieza. Sabía limpiar y podía dejar de pensar en todo lo demás que seguramente se esperaba de ella. Como que cocinara. Cortó esquejes de unos geranios rojos que vio en el cementerio. «La helada va a matarlos de todas formas. No tienen por qué desperdiciarse. No hay que desperdiciar nada», le dijo a la criatura. Los puso en vasos sobre el alféizar para que echaran raíces, y quedaron tan bien que bajó su Biblia y su libreta para trabajar en la mesa de la cocina.
El anciano siempre preparaba sándwiches de queso tostados y sopa de lata, y luego se preocupaba por si ella comía lo que debería. Las señoras de la iglesia traían la cena de vez en cuando, así que seguramente les había contado sus preocupaciones. Alguien había dejado un libro de cocina sobre el mármol; seguramente había sido la señora Graham, que era la única que tenía la suficiente confianza con Lila para ayudarla de formas que la habrían ofendido de venir de otra. Bueno, la señora Graham sabía que en realidad no era amiga de Lila, pero alguien tenía que ayudarla a veces y ella se había prestado, lo cual fue muy amable por su parte. Más vale que no te muerdas las uñas, querida. Esto es una lima de uñas, no es más que un trozo de papel de lija. Evita que las uñas se te enganchen en las cosas.
Bien, ¿quién lo habría imaginado? Y unas tijeras diminutas. Una de las chicas de San Luis le había cortado y pintado las uñas, o lo que quedaba de ellas, mientras otra le envolvía el pelo en trapos para rizárselo. Le depilaron las cejas hasta dejárselas casi en nada, y luego se las dibujaron con un lápiz. Se les ocurrió perforarle las orejas con una aguja para lona en ese mismo momento, sin pensárselo dos veces. No paraban de reír. Le empolvaron la cara para ocultar las pecas, la pintaron con lápiz de labios morado y le espolvorearon colorete rosa. Ella se quedó allí sentada y les dejó hacer lo que quisieran porque era muy joven y muy boba. Y porque habían puesto la Victrola. Les encantaba el gramófono. Más valía olvidar todo aquello. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com