La monarquía tradicional (fragmento)Francisco Elías de Tejada
La monarquía tradicional (fragmento)

"A la pérdida de la unidad de las conciencias se añade la paganización de la moral; tal es el maquiavelismo. Era para la Escolástica la virtus freno al apetito, dominio de las pasiones, contención de los impulsos; para Maquiavelo la virtù será lo que fue en la paganía anterior al Cristianismo, a saber: ambición domeñadora de la suerte adversa, espada que corta la urdimbre de la fortuna enemiga, poder que se justifica sin escrúpulos por el mero hecho de ser poder. Con haber pasado desde el latín al italiano, la raíz lingüística ha pasado desde el Cristianismo al paganismo; y, al justificarse por sí sola la voluntad imperiosa, al trocar la virtú en nuevo criterio ético, Maquiavelo ha sustituido la ética orgánica de la Escolástica que refería las acciones del hombre al juicio de Dios por otra ética pagana, en la que lo bueno y lo malo resultan del choque o del equilibrio mecanicista entre voluntades ansiosas de poder. Maquiavelo es otro padre de Europa: tal como Lutero separó al hombre de Dios en su faceta terrena a fuerza de entregarle maniatado a Dios en su etapa postmortal, así Maquiavelo ha separado a la ética de sus cimientos religiosos. La virtud es la virtú, o sea, la fortaleza que rinde los sucesos a la voluntad del hombre en un juego de fuerzas estrictamente mecánico; y la sociedad resulta constituida en torno a la constelación de fuerzas que predomina cuando este nuevo pagano que es l´uomo virtuoso vence a la inconstancia de la fortuna adversa.
El mecanicismo que Lutero produce en las conciencias y el mecanicismo que Maquiavelo traslada a las conductas, será nuevo mecanicismo en la política cuando Jean Bodin seculariza el poder en su teoría de la souverainité. Para acabar con las pugnas entre católicos y protestantes en Francia surge un tercer partido, el de los “políticos”, que proclama la neutralización del poder real separándole de cualquier contenido religioso y, por ende, la posibilidad de obedecer a un príncipe sin tener en cuenta a Dios, en relación directa y neutra del súbdito con el soberano. Como semejante corriente, defendida en Les six livres de la République y que recogía la herencia absolutista de los romanistas de la escuela de Tolosa, degeneró en absolutismo, creciente hasta 1789, y cuya máxima expresión sería la inscripción que Luis XIV mandó colocar en el Salón de los Espejos de su palacio de Versalles: Le roi gouverne par lui-meme, reflejo de aquella otra de L´etat, c´est moi, que tanta fortuna tuvo. Un absolutismo que destrozaba la armónica variedad del cuerpo social cristiano para robustecer el poder del gobernante, y que por tanto, supone otra nueva ruptura de orden orgánico medieval, por sustituir al cuerpo místico de la sociedad cristiana tradicional por un nuevo equilibrio mecánicamente apoyado sobre el cetro todopoderoso de los reyes del despotismo ilustrado. "



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