Gustavo el férreo (fragmento)Hans Fallada
Gustavo el férreo (fragmento)

"Vivía en un mundo hechizado. En la ciudad seguían los tiroteos, a pesar de que los independientes y los socialistas gubernamentales se habían unido y habían llegado incluso a formar una especie de Gobierno con ministros y secretarios de Estado. Y tanto en la ciudad como en los suburbios seguían los saqueos; la mayor parte del tiempo los establecimientos tenían corridas las verjas, aunque poca protección ofrecían contra la nueva especie de escalo, en el que se utilizaban bombas de mano.
Heinz contemplaba todo aquello en sus varias andanzas por la ciudad. Y oía y leía de la lucha en torno a una unión nacional reclamada con insistencia. Los Consejos obreros estaban en contra de ella en partes iguales, pero los Consejos de soldados estaban, también en partes iguales, a su favor. Y todos los antiguos partidos, los avanzados, los nacional—liberales, el centro y los conservadores, volvieron a surgir de pronto, exigiendo a sus afiliados que apoyaran al nuevo Gobierno. Y éste levantó el estado de sitio, la censura de Prensa, amnistió a todos los inculpados políticos, prometió libertad de cultos y opiniones, la jornada de ocho horas, combatir la escasez de viviendas, otorgó el socorro a los parados y aseguró la protección de la propiedad y de las personas; prometió también la suficiente alimentación al pueblo...
Y continuaban los robos y los asesinatos. Las colas ante las tiendas de comestibles iban alargándose cada vez más. Heinz Hackendahl lo contemplaba, pero era un hechizado y apenas se fijaba en lo que una semana antes le hubiera apasionado. Pasaba de largo ante todo ello. Ya no vivía del todo en este mundo...
Por ello apenas levantó la vista cuando el padre le dijo, un día:
—¿Cuándo vas a examinarte?
—No lo sé, padre. Hasta Pascua lo menos.
La verdad era que Heinz no lo sabía en realidad, pues no había vuelto a asistir a la escuela.
—¡Pues preocúpate de ello! Hasta Pascua te seguiré teniendo conmigo y alimentándote... Luego, ¡se acabó!
Poniendo un poco más de atención, miró Heinz al rostro de su padre:
—¿Entonces no hay nada de los estudios superiores?
Le miró con atención, y el rostro del padre enrojeció.
A poco dijo el viejo Hackendahl, sin ningún resentimiento:
—Con el último dinero que me quedaba, me he comprado a Peceño. ¿Lo has visto ya?
Heinz asintió.
—Un caballito magnífico —dijo el viejo, más calurosamente—. Le pone a uno de buen humor. Del último resto he procurado asegurar para siempre el alojamiento de madre y mío. También me he desprendido de la casa. ¡Ya está todo pateado!
—¿Entonces es que también has perdido los empréstitos de guerra?
El viejo asintió y miró con interés a su hijo.
Éste se limitó a sonreír. Pensaba en Erich. Pero ¿para qué iba a decirle a su padre nada de Erich? Padre tenía sus preocupaciones. Erich tenía las suyas, y él, Heinz, llamado Bubi, tema mayores cuidados que todos ellos. Era cosa de cada uno. "



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