Los años (fragmento)Virginia Woolf
Los años (fragmento)

"En el aparador hubo un zarandeo de botellas. Celia frunció inquieta el entrecejo. Se trata de una muchacha del pueblo que no conoce el oficio, pensó Eleanor. La anécdota estaba llegando a su punto culminante, pero ella se había perdido varios fragmentos.
—… y me encontré con unos viejos pantalones de montar, bajo un palio de plumas de pavo real, y toda aquella buena gente estaba agazapada, con la frente pegada al suelo. Y yo me dije: «¡Santo Dios, si supieran que me siento como un asno redomado!». —Sostuvo el vaso en alto para que se lo llenasen—. Así nos enseñaban nuestro oficio en aquellos tiempos.
Alardeaba, desde luego; y era natural. Había regresado a Inglaterra después de haber gobernado un distrito «de la extensión de Irlanda, aproximadamente», como siempre decían todos; aunque nadie había oído hablar de él. Eleanor tenía la impresión de que durante aquel fin de semana escucharía muchas historias más que serenamente redundarían en beneficio del narrador. Pero sir William hablaba muy bien. Había hecho muchas cosas interesantes. Eleanor deseaba que también Morris contara historias. Deseaba que afirmara su personalidad, en vez de reclinarse y pasarse la mano —la mano con el corte— por la frente.
¿Me equivoqué al animarlo a dedicarse a la abogacía?, se preguntaba Eleanor. Su padre se había mostrado contrario. Pero lo hecho hecho está; Morris se casó; vinieron los hijos; y tuvo que seguir adelante, tanto si le gustaba como si no. Qué irrevocables son las cosas, pensó Eleanor. Hacemos nuestros propios experimentos, y luego ellos hacen los suyos. Miró a su sobrino North, y luego a su sobrina Peggy. Estaban sentados frente a ella, y el sol les daba en la cara. Sus rostros de aspecto saludable, en forma de huevo, eran muy juveniles. El vestido azul de Peggy se abombaba como el vestido de muselina de una niña pequeña; North todavía era un muchacho de ojos castaños y voz insegura. Escuchaba atentamente; Peggy miraba su plato. Tenía la expresión neutra de las jovencitas bien educadas cuando escuchan a sus mayores. Quizá se divirtiera, ¿o acaso se aburría? Eleanor no podía saberlo con certeza.
—Ahí va… —dijo Peggy levantado la vista de repente—. La lechuza —añadió llamando la atención de Eleanor.
Eleanor se volvió para mirar por la ventana que tenía a su espalda. No alcanzó a ver la lechuza; vio los recios árboles, dorados a la luz del sol poniente; y las vacas, moviéndose lentamente mientras cruzaban el prado pastando. "



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