Miguel de Molinos (fragmento)Joaquín de Entrambasaguas
Miguel de Molinos (fragmento)

"Pronto había de salir Molinos de esta vida obscura de beneficiado provinciano, para situarse en el primer plano del mundo católico. El humilde clérigo de San Andrés, derrotado en sus intentos de formar parte del Colegio del Patriarca, iba, por azares de la suerte, a mostrar una personalidad singularísima y a erigirse en dueño de Roma, la ciudad cumbre del catolicismo. Veamos cómo acaecieron los acontecimientos.
Fue en la época del arzobispo Ribera cuando un beneficiado de San Andrés, llamado Francisco Jerónimo Simón de Rojas, asombraba a Valencia entera con su vida y santidad y sacrificio. Muerto en 25 de abril de 1612, a los treinta y tres años, los funerales fueron triunfales. Sus restos, depositados en la iglesia de San Andrés, se veneraron por el pueblo, presidido por el virrey, a la vez que el franciscano descalzo Fray Antonio Sobrino pronunciaba un cálido elogio de las virtudes de aquel santo sacerdote.
Este ambiente impulsó al obispo de Segorbe a comenzar el proceso de beatificación del padre Rojas, y en 7 de diciembre de 1613 el expediente se cursaba al Papa Paulo V. que nombraba ponente al cardenal Lancellotti. Entonces, el piadoso monarca español Felipe III se afana por que avance el proceso, y por medio de su embajador en Roma, D. Fernando de Castro, lo recomienda con anterioridad, y acaba mandando a la Ciudad Eterna a D. Pedro Ferrer y Esteban, capellán real, que había de abreviarlo.
Pero varios obstáculos lo retardan. El Papa pide informes del proceso al nuncio, y éste solicita del obispo de Tortosa su opinión. Y el proceso se detiene definitivamente más tarde, porque, con arreglo a lo acordado por la Iglesia, habían de pasar cincuenta años desde la muerte hasta la beatificación de quien muriera en olor de santidad.
Es después de este plazo cuando, con fe y constancia maravillosas, se continúa el proceso. Precisa la buena marcha de éste que Valencia nombre un procurador en Roma para que entienda en ello, y, sin que se sepa qué presiones mediaron, es nombrado para cargo tan importante y honroso Miguel de Molinos, en 20 de julio de 1663.
El 3 de octubre del mismo año, y en la Sala Dorada de la Diputación, se otorgaba a Molinos el mandato por el que iría a Roma como delegado de la iglesia de San Andrés y representante de los tres Estados del reino de Valencia. Veintiún días después recibía instrucciones concretas: se partiría al punto, sin esperar las cartas oficiales del rey, el Cabildo y el arzobispo de Valencia, y una vez en Roma, se dirigiría sin perder tiempo al Papa, al cardenal de Aragón, embajador español y a los cardenales de la Congregación de Ritos, exponiéndoles los deseos de toda España y especialmente de Valencia, así como el interés del rey y el clero españoles. "



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