No llorar (fragmento)Lydie Salvayre
No llorar (fragmento)

"Te escucho, mamá, te escucho.
Y ves, si me pidieran que eligiese entre el verano del 36 y los setenta años que he vivido entre el nacimiento de tu hermana y hoy, no sé muy bien si elegiría los últimos.
¡Muchas gracias!, le digo, un poco ofendida.
En los primeros días de su estancia, Montse, que teme extraviarse en las calles de la ciudad, se aventura un poco por las afueras. Pero muy pronto descubre el placer de deambular y admirar largo rato, en los escaparates de ropa interior (toleradas por los revolucionarios aunque no contribuyan a la emancipación de las mujeres), los sujetadores balconet, los ligueros de encaje y las combinaciones de seda rosa, que poseen el poder de convocar sus más descabelladas fantasías de amor.
Descubre el mar.
Le da miedo meterse.
Acaba mojándose los pies gritando de gusto.
Se pasea con Rosita y Francisca por el parque de la ciudad, donde los oradores anarquistas, encaramados en cajas de madera, pronuncian inflamados discursos aplaudidos por cientos de curiosos. Observan a los hombres. Sueñan con el amor. Lo invocan, lo llaman con temblorosa esperanza y toda suerte de exclamaciones. Y es que están enamoradas. Sólo les falta el objeto en el que centrar ese amor.
Montse recuerda que un día en que deambula con Rosita por un bulevar, le llama la atención un insólito tumulto ante un banco. Ambas se acercan al corro de curiosos y lo que ven las deja estupefactas: cuatro hombres rodean una hoguera en la que un quinto hombre arroja fajos de billetes, y a nadie se le ocurre impedirlo, echar mano de esa bendición de Dios, y nadie se indigna del daño que se perpetra tan tranquilamente y ante los ojos de todos. Por su parte, Montse y Rosita no se atreven a mostrar un estupor que las haría ofrecer una imagen, ante los ojos de la gente, de vulgares campesinas. Por eso, ellas que fueron educadas con la continua obsesión de ahorrar tres pesetas, de no malgastar una miga de pan y de usar la ropa hasta raerla, ellas que han llevado hasta entonces la vida más frugal por no decir más cicatera, ellas a quienes su madre inculcó desde niñas la pasión por el ahorro (porque el ahorro es para su madre mucho más que un desvelo o una prioridad, es un gusto, e incluso un gusto acusado, e incluso un gusto violento, e incluso una pasión), consideran ese día que tal acontecimiento, por pasmoso que resulte, está en el orden de las cosas, como lo está también todo cuanto sucede en ese verano del 36, ese verano en el que se trastocan todos los principios, todos los comportamientos, haciendo tambalearse los corazones hacia lo alto, hacia el cielo, cariño, es lo que me gustaría que comprendieses y que es incomprensible. "



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