Mata a tus ídolos (fragmento)Luc Santé
Mata a tus ídolos (fragmento)

"Me dejé llevar desde el Upper West Side hasta el Lower East Side en 1978. La mayoría de mis amigos hicieron la transición más o menos por la misma época. Podías alquilar un apartamento entero para ti por menos de 150 dólares al mes. Además, todo se cocía allí. Se cocía, al menos, en dos o tres bares lúgubres que hacían las veces de clubes nocturnos, en una librería, en una o dos tiendas de discos y en un montón de apartamentos e imaginaciones particulares. Todos nos encontrábamos en esa fase de la juventud en la que tu estrella puede que no brille todavía pero tu momento es el único que existe. Cometimos la temeridad de reírnos de los hippies, vergonzosamente anclados media década atrás. En nuestra arrogancia, apenas éramos conscientes del pasado tan profundo que nos rodeaba. No nos preguntamos por qué el nombre grabado sobre la puerta de la biblioteca pública de Second Avenue estaba en alemán, ni por qué se podían ver bustos de compositores del siglo diecinueve en el dintel de un segundo piso en Fourth Street. Nuestro barrio estaba tan abarrotado de ruinas que no nos cuestionamos la existencia de las enormes moles en que se habían convertido los teatros cerrados, ni nos preguntamos sobre la época en la que habían sido nuevos. Nuestros apartamentos estaban amueblados exclusivamente con objetos encontrados en la basura, pero no nos llamaba demasiado la atención que en la mayoría de nuestras salas de estar hubiera mesas de antiguas máquinas de coser con la base de hierro fundido.
Cuando personas mayores morían sin testamento o sin herederos, los caseros colocaban las pertenencias de los difuntos en la acera, porque resultaba más barato que alquilar una furgoneta de transporte. Rebuscábamos entre las cajas y cogíamos lo que queríamos, encontrábamos fotografías, libros y curiosidades, pruebas de vidas y pasiones vividas en la confusión de 1910 y 1920, de la guerra de la frontera mexicana, de la revista Mother Earth de Emma Goldman, del vodevil, de sindicatos y del comercio naval; todo esto nos distraía brevemente, pero nos interesaban mucho más las cajas del próximo porche que contenían colecciones de discos considerablemente más recientes. Un día algo cayó del interior de un libro viejo, la tarjeta de un salón de belleza que había estado en Avenue C, cerca de Third Street, probablemente durante los años veinte. Me quedé maravillado, incapaz de imaginar algo tan sobrio como un salón de belleza en aquella esquina, ahora convertida en un zoco de la heroína. "



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