Conocimiento del infierno (fragmento)António Lobo Antunes
Conocimiento del infierno (fragmento)

"Era una de las salas de consulta habituales, pintada de verde y blanco, de un verde feo y de un blanco triste, incómoda y polvorienta, con el pequeño lavabo en el rincón, el armario de vidrio de las historias clínicas, un calefactor herrumbroso inmemorialmente averiado, y un enorme escritorio de madera detrás del cual se instalaba, en una silla de brazos, el asistente, rodeado de tres o cuatro aprendices que me miraban con una curiosidad intrigante. Sonreí al colega palpándome el sobaco que me dolía, y señalé con el vértice del mentón la puerta que se cerraba con respetuosa cautela:
–El estrábico ese anda con varios tornillos flojos. Se le ha subido el manicomio a la cabeza.
Los aprendices se agitaron de inmediato como papagayos en un trapecio, mirándose de soslayo unos a otros con una complicidad que me irritó. El polvo del patio se frotaba en el vidrio sucio de la ventana:
–Siéntate ahí –dijo el psiquiatra examinando una ficha.
La única silla libre era la silla de los locos, al otro lado de la mesa: en cuanto comiencen a agitarse tíreles el escritorio encima, recomendaba un especialista de Santa Maria a sus internos, la mejor manera de frenarlos es tirarles el escritorio encima y llamar inmediatamente a la enfermera de guardia; aplastarlos como a chinches, ¿entiende? Esto parece una broma de mal gusto, pensó él, da la impresión de que la chinche soy yo.
–¿Y, muchacho? –preguntó el psiquiatra con una sonrisa oleosa. Los aprendices, sedientos de saber, se inclinaron hacia delante para no perderse ni una coma de la conversación. Una horrible corbata con ramajes dorados y marrones centelleaba por debajo de la sonrisa. Los gemelos del clínico eran dos enormes piedras de vesícula, amarillas. Si quieres vacilarme, conmigo no tienes nada que hacer.
–Entonces, ¿qué?
El psiquiatra desenvolvió un caramelo balsámico, sin dejar de observarlo. Uno de los aprendices encendió la pipa: la primera cerilla se rompió y el tipo la guardó cuidadosamente en la caja. Un suave aroma a eucalipto impregnó sus fosas nasales con sugerencias de mar, y él recordó el azul extraordinariamente límpido y triste de las tardes de verano. Recordó las estacas de la caseta erguidas en la playa desierta, apuntando a las nubes del crepúsculo. Recordó el viento de la bajamar a ras de las rocas y los cangrejos minúsculos, rojo oscuro, ocultos en los cabellos de los limos. "



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