El destino de Jean Morénas (fragmento)Jules Verne
El destino de Jean Morénas (fragmento)

"Los jóvenes ejercían ambos el oficio de carpintero, y tanto en el lugar como en los pueblos próximos no les faltaba el trabajo; ambos igualmente hábiles, ambos eran igualmente solicitados.
Desigual era, por el contrario, el lugar que uno y otro ocupaban en la estimación pública, y fuerza se hace reconocer que semejante diferencia estaba plenamente justificada. Mientras el menor, asiduo al trabajo y que adoraba apasionadamente a su madre, hubiera podido servir de modelo a todos los hijos, el primogénito no dejaba de permitirse alguna calaverada de tiempo en tiempo.
Violento, y con la cabeza un poco ligera, con frecuencia era, después de haber bebido, el héroe de disputas y hasta de riñas, y su lengua le hacía aún más daño que sus acciones, por dejar escapar muchas veces frases inconsideradas; maldecía de su existencia, encerrada en aquel rincón de montañas, y manifestaba su deseo de correr a conquistar, bajo otros climas, una rápida fortuna, y no era necesario más para inspirar desconfianza a las almas de los campesinos, apegadas a la tradición.
No eran, sin embargo, muy graves las quejas que de él se tenían; por eso, sin perjuicio de conceder más simpatías al hermano, se contentaban de ordinario con considerarle como una cabeza ligera, tan capaz del bien como del mal, según los azares que le ofreciera la existencia.
La familia Morenas era, pues, feliz, a despecho de esas ligeras nubecillas, y su felicidad la debía a su perfecta unión; como hijos, ninguno de los dos jóvenes merecía críticas serias, y como hermanos se amaban con todo su corazón, y el que hubiese atacado al uno habría tenido dos adversarios contra quien combatir.
La primera desgracia que fue a herir a la familia Morenas fue la desaparición del hijo primogénito; el día mismo en que cumplía los veinticinco años partió, como de costumbre, a su trabajo, que aquel día le llamaba a un pueblo próximo; en vano aquella noche aguardaron su madre y su hermano su regreso; Pedro Morenas no volvió.
¿Qué le había acontecido? ¿Había sucumbido en una de sus habituales reyertas? ¿Había sido víctima de un accidente o de un crimen? ¿Trataríase pura y simplemente de una fuga? Ninguna respuesta debían tener estas preguntas.
La desesperación de la madre fue profunda e intensa; el tiempo, con todo, hizo su obra, y poco a poco fue recobrando la existencia su tranquilo curso; gradualmente, sostenida por el cariño de su segundogénito, la señora Morenas conoció esa melancolía resignada, que es el único goce de los corazones combatidos por el infortunio. "



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