La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre (fragmento)Robert Southey
La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre (fragmento)

"Los nativos de esta tribu se llamaban arnaquinas; iban desnudos, eran caníbales y excelentes arqueros. Los españoles creían asimismo que adoraban al sol y a la luna, y que les ofrecían sacrificios humanos. No les faltaron buenas razones para deducir esto, si es verdad que vieron uno de sus lugares de culto, donde había sendas mesas largas a cada lado de la entrada, la una con una figura del sol y un hombre; la otra, con una de la luna y una mujer, y mucha sangre en el suelo alrededor de ellas. Allí vieron algunos clavos y pequeños instrumentos de hierro y la empuñadura rota de una espada; había maíz, mandioca y ñames en gran abundancia, así como frutas y pescado. Era evidente que la marea alcanzaba este lugar; convenía pues prepararse para hacerse a la mar, y aquí arboló y aparejó los barcos Aguirre, pues a mano había buena madera y plantas con las que trenzaron cordajes; se encontraron sábanas y prendas de algodón suficientes para fabricar velas. Esto les tomó doce días... tiempo que Aguirre no pudo dejar pasar sin cometer algún asesinato. Una mañana hallaron estrangulado a un flamenco llamado Monteverde, con un escrito que rezaba: «por amotinadorcillo». Hubo quienes dijeron que bien ajusticiado estaba, por luterano. Al siguiente a quien le quitó la vida fue a Cabañas, uno de los tres hombres que se habían negado a prestar el juramento de traición; después mató a Diego de Trujillo, un capitán, y a Juan González, el sargento mayor; los acusó de haber conspirado contra él; la verdad es que eran populares entre la tropa, y Aguirre temía a cualquiera que pareciera contar con amigos. Durante su estancia ahí, permaneció a bordo de un bergantín, y Pérez en el otro; y todos, excepto aquellos en quienes tenía plena confianza, quedaron en tierra. Otro asesinato más se cometió aquí, el único que no fue obra de Aguirre. Madrigal apuñaló a traición, por la espalda, a Serrato, que había sido alguacil mayor de Guzmán. Este vil asesinato se perpetró en presencia de Aguirre, que no intentó ni impedirlo ni castigarlo. En esas, los guías brasiles, sabedores ya del camino de vuelta a su tierra, juiciosamente escaparon.
Hicieron acopio de cuantas provisiones pudieron reunir, y se llevaron algunas tinajas de buena arcilla para el agua. Antes de zarpar, Aguirre desarmó a todos los soldados de quienes dudaba; luego ordenó hacerse a la vela. No habían llegado muy lejos cuando se le metió en la cabeza que tenía que matar al comendador Guevara. Llamoso, que fue enviado a cometer este asesinato, empezó a apuñalarlo con una espada sin filo, y cuando el anciano caballero le pidió que no lo matara de forma tan cruel y con un arma tal, le quitó su propio puñal, lo hirió varias veces con él, y lo arrojó por la borda aún vivo, y pidiendo confesión a gritos mientras se hundía en el agua. Este asesinato resultó motivo de regocijo y burla para Aguirre y su maestre de campo, Pérez, cuando se reunieron los dos bergantines. A los seis días, dieron en la ribera con unas casas indias bien fortificadas, pues tenían troneras para los arqueros. En un intento de entrar en una de ellas resultaron heridos cuatro españoles; al acercarse con una fuerza mayor, los indios huyeron. Encontraron ahí tortas de sal, algo que no habían visto hasta ese momento en todo el viaje. Calcularon que habrían recorrido unas mil trescientas leguas hasta llegar a ese lugar.
A continuación se adentraron en el laberinto de los canales y las islas cercanos a la desembocadura del río, y se detuvieron en un pequeño poblado donde los nativos iban desnudos, pero llevaban sandalias de cuero para protegerse los pies del ardiente suelo. Llevaban el pelo cortado en círculos concéntricos, más pequeños hacia la coronilla. Y aquí fue donde cometió Aguirre lo que Pedro Simón llama la peor de sus crueldades: dejó con esa gente a más de un centenar de indios de ambos sexos, muchos de ellos cristianos, que había traído del Perú, y que a buen seguro acabarían muertos y devorados por los caníbales entre los que eran así abandonados, o igualmente perecerían en esas tierras bajas e insalubres. El motivo que dio fue que los bergantines estaban atestados, y que no habría agua y provisiones suficientes para todos. Al hacerse pública esta decisión, un negro oyó a Pedro Gutiérrez comentar con Diego Palomo que los criados iban a quedarse ahí, «por lo que sería mejor hacerlo cuanto antes»; y le fue con el cuento a Aguirre. Esas palabras indicaban o bien la intención de desertar o, más probablemente, la de liberarse, quitándole la vida al tirano; este, por consiguiente, ordenó que los agarrotaran a ambos. Palomo rogó insistentemente que se lo abandonase entre los indios para instruirles en la fe cristiana... un argumento que no despertó en Aguirre otro eco que el que hubiera cabido imaginar de antemano. A medida que se acercaban al mar, los peligros aumentaban; a menudo los bergantines daban contra bancos de arena; una canoa con tres españoles y varios de sus indios volcó y se perdió; y muchos de los sirvientes que aún conservaban fueron sorprendidos y barridos por la subida repentina de la marea mientras recogían marisco en los bancos de arena que quedaban al aire libre en bajamar; por fin, a principios de julio, llegaron a mar abierto. Desde el día en que habían comenzado el viaje a finales de septiembre hasta que llegaron al lugar de las Tortugas, como ellos lo llamaron, en diciembre, habían tenido muy poca lluvia; pero durante los siguientes seis meses tuvieron muchas y fuertes lluvias, con tormentas y fuertes vientos. Calculaban que el número total de indios que habían encontrado no pasaría de quince mil; no habían visto que tuvieran oro, excepto algunas menudencias en las provincias de Carari y Machifaro; por todas partes se encontraban vasijas de barro, bien hechas y pulidas. Su viaje, sin contar las paradas, había durado noventa y cuatro días. "



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