El corazón de piedra verde (fragmento)Salvador de Madariaga
El corazón de piedra verde (fragmento)

"Preguntó por ella, y le contestaron que la niña-viuda se había ido a Texcoco. El emperador ocultó su cólera por temor a Nezahualpilli. Xóchitl se instaló en Texcoco.


Todo estaba igual que antes, menos dos cambios importantes que observaba: las habitaciones prohibidas ya no lo estaban, sino que, al contrario, formaban parte del resto del Palacio, brillantemente decoradas y pintadas y vacías de los siniestros restos de aquella pesadilla; y el rey parecía mucho más viejo; había cambiado no meramente de aspecto sino en el fondo de su ánimo. Aquel envejecimiento exterior no se justificaba tanto por la edad, que no era mucha, sino por cierta como resignación tácita de desprenderse de la vida. Esta sensación de que su padre se iba poco a poco alejando del mundo se apoderó del ánimo de Xóchitl rápida pero sutilmente. Nezahualpilli, cada vez más aficionado a la soledad, gustaba no obstante de la compañía de su hija, única persona que tenía acceso a lo íntimo de su ser. Padre e hija solían pasar juntos largos ratos, ya en la galería del rey abierta hacia el jardín o en algún otro lugar tranquilo y retirado del parque, mirando los juegos y esparcimientos de las aves acuáticas en las albercas bordeadas de jaspe. Nezahualpilli dejaba a veces entrever su amargura por la conducta de Moctezuma.
[...]
Después de conversaciones de este género, solía Nezahualpilli guardar largo silencio en que su rostro se modelaba en un molde de tristeza y en sus ojos brillaba como una luz que a Xóchitl le parecía la puesta del sol. Era en efecto un sol poniente, y lo sabía. Quizá fuera en todo el Anahuac el único hombre que se daba cuenta plena de la tragedia histórica a punto de comenzar entonces en la escena mundial, tragedia en que su país iba a representar el papel de víctima principal.
Contemplaba entonces su palacio y el sinnúmero de objetos hermosos que contenía y en general todo el ambiente que le rodeaba, y los colores y formas en que vivía, con ojos de hombre que se despide para siempre; y desde la torrecilla de su observatorio veía la laguna y las ciudades en tablero blanco y oro, como formas de vida condenadas a muerte y transfiguración que sólo sus ojos proféticos adivinaban. A veces le sorprendían sus propios hijos cuando los estaba mirando con ojos intensos en que procuraba penetrar su porvenir. Adivinaba que su primogénito Cacama defendería a su país contra los invasores como un tigre bravo, tesonero y poco inteligente, mientras que Cara-de-Vainilla, impulsivo, ambicioso y ligero, se dejaría arrastrar a la tentación de conquistar una apariencia de poder poniéndose al lado de los extranjeros. ¿Cuál sería el destino de Xóchitl? Mucho le preocupaba a Nezahualpilli. "



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