Historia de Jenni (fragmento) Voltaire
Historia de Jenni (fragmento)

"Todo estaba dispuesto para concertar el matrimonio de la bella Primerose con el bello Jenni. Nuestro amigo Jenni nunca había disfrutado de una alegría más pura; yo la compartía. He aquí cómo se trocó en un desastre muy poco comprensible para mí.
La Clive-Hart amaba a Jenni engañándolo continuamente con infidelidades. Es el destino, dicen, de todas las mujeres que, con demasiado desprecio por el pudor, han renunciado a la probidad. Traicionaba a su querido Jenni sobre todo con su querido Birton y con otro disoluto de la misma calaña. Vivían juntos en la crápula. Y cosa que quizá sólo se ve en nuestra nación: todos tenían inteligencia y valor. Por desgracia, solo tenían inteligencia contra Dios. La casa de Mme. Clive-Hart era el punto de encuentro de los ateos. Y si hubieran sido gentes de bien ateas, como Epicuro y Leontium, como Lucrecio y Memmio, como Espinosa, del que dicen que fue uno de los hombres más honrados de Holanda, como Hobbes, tan fiel a su desventurado monarca Carlos I. Pero…
Sea como fuere, Clive-Hart, llena de furiosos celos contra la tierna e inocente Primerose, pese a no ser fiel a Jenni, no pudo soportar aquel feliz matrimonio. Medita una venganza de la que no creo que haya ejemplo en nuestra ciudad de Londres, donde sin embargo tantos crímenes de tantas clases han visto nuestros padres.
Llegó a enterarse de que Primerose debía pasar por delante de su puerta al volver de la City, adonde la joven había ido para hacer algunas compras con su doncella. Aprovecha ese tiempo para realizar ciertos trabajos en un pequeño canal subterráneo que llevaba agua a sus excusados.
De regreso, la carroza de Primerose se vio obligada a detenerse ante aquel obstáculo. La Clive-Hart se presenta a ella, le ruega que se apee, que descanse, que acepte algunos refrescos, en espera de que el camino quede libre. La bella Primerose temblaba ante la propuesta; pero Jenni estaba en el vestíbulo. Un impulso involuntario, más fuerte que la reflexión, le hizo apearse. Jenni ya corría a su encuentro y le ofrecía la mano. Primerose entra; el marido de la CliveHart era un borracho imbécil, tan odioso a su mujer como sometido a ella, encargado incluso de sus complacencias. Balbuceando, ofrece primero unos refrescos a la señorita que honra su casa, él bebe a continuación. La señora Clive-Hart se los lleva inmediatamente y manda traer otros. Mientras tanto, la calle había quedado expedita. Primerose vuelve a subir en la carroza y regresa a casa de su madre.
Al cabo de un cuarto de hora se queja de náuseas y mareos. Creen que ese pequeño trastorno sólo es efecto del movimiento de la carroza. Pero el malestar aumenta de modo continuo; y a la mañana siguiente se hallaba en peligro de muerte. Corrimos a su casa el señor Freind y yo. Encontramos a la encantadora criatura pálida, lívida, agitada por convulsiones, con los labios retraídos, los ojos tan pronto apagados como chispeantes, y siempre fijos. Unas manchas negras desfiguraban su bello pecho y su hermoso rostro. Su madre se había desvanecido al lado de la cama. En vano el compasivo Cheselden le prodigaba todos los recursos de su arte. No os pintaré la desesperación de Freind; era indecible. Vuelo a la morada de la Clive-Hart. Me entero de que su marido acaba de morir, y de que la mujer ha abandonado la casa. Busco a Jenni; no lo encuentran. Una criada me dice que su ama se ha postrado a las plantas de Jenni y le ha conminado a no abandonarla en su desgracia, que se ha marchado con Jenni y Birton, y que nadie sabe adónde ha ido.
Abrumado por tantos golpes tan raudos y multiplicados, con la mente alterada por sospechas horribles que expulsaba y que volvían, me llego a duras penas hasta la casa de la moribunda. «Sin embargo, me decía a mí mismo, si esa abominable mujer se ha postrado a las plantas de Jenni, si le ha rogado apiadarse de ella, es que él no es su cómplice. Jenni es incapaz de un crimen tan cobarde y tan horrible, que no ha tenido ningún motivo, ningún interés en cometerlo, y que lo privaría de una mujer adorable y de su fortuna, que lo volvería execrable para el género humano. Débil, se habrá dejado subyugar por una desgraciada cuyas maldades no habrá conocido. No ha visto, como yo, a Primerose moribunda, no habría abandonado entonces la cabecera de su lecho para seguir a la envenenadora de su esposa». Devorado por estos pensamientos, entro temblando en casa de aquella a la que temía no encontrar ya con vida. Pero respiraba. El viejo Clive-Hart había sucumbido en un momento porque su cuerpo estaba gastado por los libertinajes; pero un temperamento tan robusto como pura era su alma había sostenido a la joven Primerose. Ella me vio y con voz tierna me preguntó dónde estaba Jenni. Al oírla, confieso que un torrente de lágrimas brotó de mis ojos. No pude responderle; no pude dirigir la palabra a su padre. A ella tuvieron que dejarla finalmente entre las manos fieles que la servían. "



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