Boca de lobo (fragmento)Sergio Chejfec
Boca de lobo (fragmento)

"Tengo la imagen de Delia viniendo sola por la avenida bajo la luz rara de la tarde; camina sobre el borde del pavimento como si hiciera equilibrio. Están la poca luz del día, ya en retirada, y la más escasa de las lámparas que todavía no iluminan. En esta claridad inútil del atardecer las cosas actúan como si aparecieran y desaparecieran a cada momento, seguramente a merced del aire, que con sus cambios de temperatura o circulación les brinda un poco más de sobrevida, o sea de visibilidad, antes de que caiga la noche hasta el otro día. Bueno, todavía me parece ver a Delia en esa penumbra caprichosa, capaz de descubrir lo alejado y ocultar lo evidente a pocos metros. Tengo el recuerdo de ella aproximándose y sin embargo no la veo acercarse. Yo estoy esperando que aparezca el colectivo, no pienso en otra cosa. De vez en cuando observo la tarea de la estiba, se levantan los pesados cajones y los obreros caminan alrededor de los carros; me fijo en la espera de las bestias, caballos o mulas, el pensamiento hecho de nada que ocupará su tiempo mientras los hombres trabajan. Me imagino el olor de los animales, que a otra hora de la jornada llegaría hasta mí con facilidad. Pienso en esas cosas, pensamientos sin mayor objeto, como si la mente asistiera a un juego de abstracciones. A veces algún animal mueve la cola de una forma, digamos, más instintiva que el hecho de caminar; observo el foco que alumbra la escena, y supongo que sin duda encandila a más de uno. Pienso en estas cosas una y otra vez, que arman un circuito puntual, y de repente, como si se alertaran todos los sentidos, me sobresalto por la repentina aparición de Delia. Está a dos pasos, recortada sobre la oscuridad, y se detiene antes de esbozar su sonrisa insegura. Me digo que es imposible, no vi llegar el colectivo. Hombres y bestias se detienen por un lapso impreciso, corto o largo. Confundida y halagada ante mi preocupación, Delia explica que vino caminando desde la fábrica.
Al salir de la ventana apagué la luz y me puse a escribir en la oscuridad. En un primer momento, por el hábito, me inclinaba para ver lo que iba escribiendo. Y previsiblemente advertí que así veía menos que si tendía la vista hacia adelante. Hacia abajo la sombra era más oscura, hacia el frente un débil reflejo podía ofrecer algún simulacro de profundidad. Porque lo profundo no está en lo oscuro, sino en el contraste. Entonces, cerrando los ojos, y mirando luego hacia adelante para no ver otra cosa que matices borrosos y sombras en movimiento, me puse a escribir. Sin la vigilancia de la vista, la mano primero y la letra después, instrumento y resultado, parecían tener una vida más autónoma que de costumbre. Ponía una frase y la presentía inmediatamente liberada, como sucede con el paisaje cuando acabamos de pasar. Por ello se me ocurrió, en un momento en que describía los abrazos de Delia, urgidos como eran y también profundamente impotentes, se me ocurrió pensar que la libertad está siempre vinculada con la brevedad. La duración prolonga, esclaviza, en primer lugar a sí misma. Las frases a ciegas pasaban enseguida, y por ello tenían una vida no hecha sólo de fugacidad, sino también de premura. El cuaderno, las hojas lisas, el costado del brazo apoyado sobre el papel, tejiendo el sueño de la mano. Había escrito apenas poca cosa cuando llegó otro rumor desde la ventana. Soy yo, me dije, que no puedo dejar de escuchar ruidos. He leído muchas novelas en las que la oscuridad tiene sus implicancias particulares: el personaje se hunde en ideas amargas y pesimistas, o en pensamientos negativos hasta que cae en la peor desesperanza y en la aflicción más destructiva. "



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