La puerta (fragmento)Magda Szabó
La puerta (fragmento)

"Era cierto: esa mujer, aunque nunca hubiese leído la Biblia, que tal vez ni siquiera tenía, me profesaba una pasión similar al amor cristiano. Esos tres años de la primaria, forzosamente interrumpida, no le habrían sido suficientes para acercarse a los apóstoles, pero, aun sin conocer las Epístolas de san Pablo, las vivía. Creo que ella me llegó a querer con la misma entrega incondicional de la que solo habían sido capaces hasta entonces mis padres, mi marido y mi hermano adoptivo Agancs; las cuatro personas que, como pilares, sostenían la bóveda de mi vida. En lo afectivo, Emerenc se comportaba en cierto modo como Viola, vagando perdidos por el doloroso laberinto de sus propios sentimientos. Por lo demás, el perro pertenecía a ella, no a mí. Complaciente al extremo, la sola idea de que yo pudiera necesitar algo hacía que esa mujer fuera capaz de dejarlo todo, trabajara donde trabajase, fuera cual fuese el momento, para venir corriendo a verme, y solo se tranquilizaba y regresaba a sus labores tras comprobar que yo estaba bien. Por las noches solía dejar preparado cualquiera de mis platos preferidos, o nos traía algo, un obsequio, sin razón ni motivo aparente. En una ocasión, el primer día de la recogida de trastos viejos que se organizaba anualmente en el barrio, recorrió las calles en busca de objetos que otros hubieran tirado y pudieran ser reciclados, fueran útiles o decorativos. Recogió cuantos pudo, los limpió y los restauró para, finalmente y a escondidas, meterlos en mi casa.
La denominada ola retro no había llegado aún al país, pero nuestra señora de la limpieza, con muy buen ojo, ya coleccionaba objetos que luego resultaron ser valiosos, como por ejemplo la pintura que aquella mañana encontré en nuestra biblioteca y que supimos, más tarde, que era un cuadro muy cotizado, aunque tuviese el marco dañado. Entre sus hallazgos figuraba también un halcón disecado sobre un soporte de ramas secas, una bota de charol, un hervidor de agua con un blasón ducal y una caja de maquillaje que supuestamente había pertenecido a una actriz; de hecho, lo que nos despertó aquel día fue el intenso olor de esos cosméticos. El conjunto incluía también un enano de jardín y un perro marrón de escayola, este último con un pequeño defecto. Para nosotros el día había arrancado de un modo frenético: el perro, después de acompañar a la mujer en su ronda de coleccionista husmeando por doquier, aullaba exasperadamente en la habitación de mi madre; había sido encerrado para no molestar a la artista en la complicada tarea de limpieza y presentación de los obsequios. Tras la discreta retirada de Emerenc, el alarido quejumbroso de Viola, empeñado en que le abriésemos la puerta, se hizo insoportable. Fue eso en realidad lo que nos obligó a levantarnos y, por desgracia para todos, el primero en salir del dormitorio fue mi marido y no yo, lo cual actuó como detonante del escándalo. "



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