La calle estrecha (fragmento)Josep Pla
La calle estrecha (fragmento)

"Cuando desde la butaca del despacho empecé a ver claro, el señor Valls cerraba su habitación con llave. En verano duerme con el balcón abierto. Ahora deja abierta la ventana. La luz matinal no parece molestarlo. Se levanta a primera hora: siempre a las siete de la mañana. Los domingos no madruga. Siempre igual.
Cerrada ya la puerta, se ha quitado la gorra y el impermeable y ha colgado una cosa y otra con gran cuidado en el cuelgarropas de hierro pintado de negro de la pared. Luego ha colocado sucesivamente, sobre el mármol de la mesita de noche, un reloj, una cajita de pastillas de clorato de potasa, un paquete de cigarrillos, un librito de papel de fumar y una caja de cerillas. Después se ha despojado de la americana y el chaleco, que ha depositado en el respaldo de una silla. Pasando los brazos por debajo de los tirantes, éstos han caído sobre sus pantalones, aflojándose en dos curvas pomposas. En seguida se ha sentado sobre la cama para proceder a desabrocharse los zapatos. No le ha sido fácil: ha tenido que aflojar dos nudos muy compactos. Cuando al final los zapatos han podido ser movidos, los ha dejado caer, con una cara un poco avinagrada, sobre la alfombra del lado de la cama. La estera ha neutralizado el rudo golpe que habrían producido los zapatos al caer. Luego se ha sacado los calcetines, y entonces han aparecido los pies del señor Valls, muy blancos, de una palidez exangüe; pero esta impresión algo borrosa podría haber sido efecto del vaho que empañaba los cristales del balcón. De pie, otra vez, se ha desabrochado uno a uno los botones y corchetes del pantalón. Esto ha sido una operación lenta que el señor Valls ha llevado a cabo mirando el techo. Después, sentado en una silla, ha extraído sus piernas cortas de los tubos de los pantalones, los cuales han sido luego cuidadosamente doblados, buscando la raya y colocados sobre el «mundo» que hace pasillo con la cama. Todos estos movimientos los ha llevado a cabo de una manera inconsciente, mecánica y estoy seguro que si la habitación hubiera estado a oscuras lo habría hecho todo con una similar perfección. El señor Valls ha aparecido entonces con medio cuerpo embutido dentro de unos calzoncillos de punto, de color pálido, largos y la parte superior dentro de una camisa flotante. A través de la gasa de lluvia, su figura, en este momento, se me ha antojado de una grotesca comicidad; sin embargo, no he llegado a sonreír. Me ha invadido una especie de descorazonamiento: una oleada de humanidad. Ha deshecho el nudo de la corbata, ha desabrochado el cuello y los botones de la camisa y se la ha sacado haciéndola salir por la cabeza, los brazos hacia arriba, con la natural dificultad.
La camiseta del señor Valls ha resultado también ser de un color de plomo pálido. Después, rápidamente, se ha puesto un pijama rayado que ha encontrado debajo del edredón azul. El pijama le venía grande: le sobraba por todos lados, de brazos y piernas.
Ya vestido con el pijama, el señor Valls se ha acercado a la ventana, ha dado a su cuerpo una posición rígida y ha estirado verticalmente los brazos como si tratara de coger alguna cosa situada muy arriba. Como que este movimiento lo ha repetido muy cerca de la ventana abierta, ha tapado la luz de la parte baja de la ventana. Me ha parecido que mientras estiraba los brazos trataba de ponerse de puntillas, haciendo un esfuerzo tan acusado que todo su cuerpo ha parecido crisparse. «Antes de meterse en la cama —pensé— el señor Valls hace un rato de gimnasia...» No, no fue precisamente eso. Cuando su organismo ha conseguido este primer movimiento de tensión a la distensión y su cuerpo ha recuperado su estado normal, el señor Valls ha iniciado un bostezo considerable, grande, inmenso, ancho, largo... levantando la barba, cerrando los ojos —un bostezo de una insondable profundidad. "



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