En vísperas (fragmento)Ivan Turgenev
En vísperas (fragmento)

"Poco tiempo después de conocer a Insárov, Yelena empezó —por quinta o sexta vez— a escribir un diario. He aquí algunos fragmentos:
Junio… Andréi Petróvich me trae libros, pero no puedo leerlos. Me da vergüenza confesárselo; no quiero devolvérselos y mentir diciéndole que los he leído. Creo que esto le apenaría. Se da cuenta de todo lo que me pasa. Me tiene mucho apego. Es un hombre muy bueno, Andréi Petróvich.
¿Qué es lo que quiero? ¿Por qué siento esta opresión y esta melancolía en el corazón? ¿Por qué miro con envidia a los pájaros que pasan volando? Creo que saldría volando con ellos, no sé adónde volaría, pero lejos, lejos de aquí. ¿No es pecaminoso este deseo? Tengo madre, padre y familia. ¿Acaso no les quiero? No, no les quiero como desearía quererles. Me da miedo decir estas palabras, pero es la verdad. Quizá soy una gran pecadora; quizá por eso estoy tan triste, tan intranquila. Tengo una mano encima que me asfixia. Es como si estuviera en una cárcel y las paredes estuvieran a punto de caérseme encima. ¿Por qué los demás no sienten nada de esto? ¿A quién voy a querer si con los míos soy fría? Está claro que papá tiene razón: me reprocha que solo quiero a los perros y a los gatos. Debo pensar en ello. Rezo poco; tengo que rezar… Y, ¡sin embargo, creo que sabría amar!
Aún me sigo ruborizando con el señor Insárov. No sé por qué; me parece que no soy ninguna muchachita, y él es tan sencillo y bueno. A veces tiene el semblante muy serio. Supongo que no está para gente como nosotros. Me doy cuenta, y es como si me avergonzara hacerle perder el tiempo. Andréi Petróvich es otra cosa. Con él puedo charlar hasta un día entero. Pero él no deja de hablarme de Insárov. Y ¡qué detalles tan terribles! Esta noche he soñado que lo veía con un puñal en la mano. Y me decía: «Te mataré y después me mataré yo». ¡Qué bobadas!
¡Ay, si alguien me dijera: esto es lo que debes hacer! Ser buena es poca cosa; hacer el bien… sí: esto es lo más importante en la vida. Pero ¿cómo hacer el bien? ¡Ay, si pudiera dominarme! No comprendo por qué pienso tanto en el señor Insárov. Cuando viene, se sienta y se queda escuchando con atención, sin esmerarse, sin esforzarse; yo le miro y me resulta agradable, pero nada más. Sin embargo, cuando se marcha, no dejo de recordar sus palabras y me enojo conmigo misma y me agito… y no sé por qué. (Habla mal el francés y no se avergüenza de ello: esto me gusta). Por otra parte, yo siempre pienso mucho en las personas que conozco. Cuando estaba hablando con él, de repente me he acordado de nuestro mozo Vasili, que una vez sacó a un viejo sin piernas de una isba en llamas y estuvo a punto de morir. Papá lo llamó valiente, mamá le dio cinco rublos y a mí me dieron ganas de echarme a sus pies. Tenía un rostro simple, incluso estúpido, y más adelante se dio a la bebida.
Hoy le he dado medio kopek a una mendiga, y me ha dicho: «¿Por qué estás tan triste?». Yo ni siquiera sospechaba que tuviera la cara triste. Creo que esto me pasa porque estoy sola, completamente sola, con toda mi bondad y mi rabia. No tengo a quién tenderle la mano. Al que se me acerca, no lo necesito, y quien quiero que se me acerque… pasa de largo.
No sé qué me pasa hoy; tengo la cabeza hecha un lío, estoy dispuesta a caer de rodillas y pedir e implorar clemencia. No sé quién y no sé cómo, pero es como si alguien me estuviera matando, y grito y me sublevo por dentro; lloro y no puedo quedarme callada… ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Pon freno a estos arrebatos! Solo Tú puedes hacerlo, todo lo demás es inútil: ni mis limosnas insignificantes, ni mis ocupaciones, nada, nada me puede ayudar. Realmente, si me pusiera a trabajar de sirvienta, todo me sería más llevadero. "



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