París-Austerlitz (fragmento)Rafael Chirbes
París-Austerlitz (fragmento)

"Al parecer, años más tarde, después de que, en una disputa, se le ocurrió recriminarle a la madre aquellas palabras, ella le dijo que el hombre a quien de cuerpo presente había llamado tonto había sido el gran amor de su vida: el único al que he querido. De haberos visto a los dos en peligro por entonces, no tengo muy claro a quién me hubiera decidido a salvar primero. Mi marido de ahora me hace compañía, pero querer es otra cosa, algo que no sé si puede ocurrirte dos veces en una sola vida. Tu padrastro sabe lo que he sido y yo sé lo que es. Nos soportamos. Se lo dijo cuando ya llevaba unos cuantos años casada con su nueva pareja, y Michel no entendió que alguien pudiera acostarse noche tras noche con una persona a la que no quería. La madre se había lamentado: tu padre, qué podía hacer, los celos y el alcohol lo habían desequilibrado. Más que de lo que la madre pensaba del padre, tuve la impresión de que Michel me estaba hablando de sí mismo. El alcohol y los celos. Aquel día habíamos discutido. Al salir del trabajo, lo sorprendí merodeando borracho por la avenue Montaigne, donde estaba mi oficina. Me vigilaba. Hacía apenas un mes que habíamos decidido dar por acabada la relación, y yo creo que él quería descubrir que me separaba porque tenía otro amante, recriminarme, como tantas veces lo hizo por entonces, que, como ya no lo necesitaba porque tenía dinero y trabajo, me libraba de él: el joven clochard vuelve a la clase que abandonó por vacaciones. Pregúntaselo a Jaime, él lo cuenta mejor. Un día te presentaré a los comunistas de la fábrica. Me burlé: no te tomes esa molestia, Michel, conozco el paño, yo soy uno de ellos. O lo fui en Madrid.
Est-ce que ta douce maman va venir te voir?, se burlaba. Me había oído tantas veces hablar mal de ella que no entendía que viniera a visitarme a París. Vino, aunque evité que ellos dos se encontraran. Al poco tiempo, me recriminaba que no se la hubiese presentado (te dio vergüenza) y que, sin embargo, él, además de llevarme a Lecreux a que conociera a la suya, durante meses me había albergado, me había dado de comer y vestido y hasta me había pasado de l’argent de poche para que pudiera gastarlo en el bar, o en el cine, o comprarme ropa y tabaco. Nunca lo dijo así, pero yo advertía detrás de sus palabras la reivindicación de los derechos que le concedía la deuda. No era mezquino, pero sus insinuaciones destilaban mezquindad. Cuando le dije que no soportaba las escenas de celos, me dijo: no los puedo controlar, son hereditarios, y había un trasfondo de amenaza en la historia de su padre que me contó. Algo así como ten cuidado, tú serás el culpable. Hereditarios los pitidos en los pulmones. Hereditarios los celos. Hereditario el alcohol. Y, sin duda –y ahí estaba la amenaza que ponía en marcha la narración–, la tentación del vacío. El alcoholismo y los celos son hereditarios, como la sífilis, dijo. Me doy por enterado, Michel, le respondí con un gesto de cansancio. Pero los celos de tu padre se debían a que tu madre había trabajado de puta para los invasores de la patria, y yo diseño para una empresa de decoración. No es exactamente lo mismo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com