El hombre de cristal (fragmento)Elia Barceló
El hombre de cristal (fragmento)

"Recordó todos los consejos que había leído sobre el comportamiento idóneo: «el aspirante debe aparecer relajado, seguro de sí mismo, curioso sin exageración», «podrá sentarse, si así lo desea, siempre que se ponga inmediatamente de pie en cuanto entre la persona que deba entrevistarle»; «cuando sobre una mesa haya varias revistas para elegir, tomará la que más se acerque a su especialidad y pasará las hojas con calma, demostrando que le interesa el tema y no la ha cogido solamente para tener algo entre las manos».
Pero en aquel despacho no había mesa de revistas. La única mesa era el inmenso plano pulido donde supuestamente trabajaba alguien y que no tenía más que un calendario electrónico y un paquetito de pastillas de menta. Pensó por un instante si estarían ahí para ver si él se atrevía a coger una, pero decidió ignorarlas. Al fin y al cabo nunca le había gustado la menta. Podía interpretarse como timidez, pero también podía ser muestra de firmeza de carácter. Todo dependía del observador, como siempre. Ya había perdido la cuenta de las entrevistas de trabajo que llevaba realizadas en los últimos quince años y en ocasiones él mismo se asombraba de seguir intentándolo. Al fin y al cabo, como le decían sus padres, «si este país ha alcanzado un nivel económico con el que puede permitirse pagar un sueldo mínimo a todo ciudadano por el mero hecho de estar vivo, ¿qué necesidad tienes de buscar un trabajo? Antes sí que era angustioso, cuando el que no trabajaba no comía, pero ahora, ¿qué más te da?».
Pero le daba. Llevaba demasiados años leyendo, estudiando, amontonando masters, seminarios, cursillos, aprendiendo más y más cosas sin ponerlas nunca en práctica, sin saber para qué. Por eso estaba hoy aquí. Porque, después de haber pasado tres controles de selección, esta vez tenía que ser la definitiva. Esta vez le iban a dar un trabajo y por fin, a los treinta y siete años, se incorporaría a las filas de los profesionales que se ganaban el sueldo que cobraban.
La puerta se abrió con suavidad —armónicamente, pensó Matías, consciente de lo ridículo de la expresión— y entró un hombre algo más joven que él, irreprochablemente vestido de traje y corbata, que sujetaba una lujosa carpeta de cuero auténtico donde, con toda probabilidad, reposaban su expediente completo y su solicitud de empleo, a mano para el examen grafológico y con copia impresa para el archivo. "



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