Los antimodernos (fragmento)Antoine Compagnon
Los antimodernos (fragmento)

"Hay que ser un hombre de su tiempo»: ninguna otra declaración resumiría mejor el dilema del antimoderno, volviéndose hacía el pasado y aceptando el presente, dividido en su interior. El cambio es la ley del mundo. A diferencia de Bonald, con quién fundó Le Conserva­teur en 1818, Chateaubriand no creía en más leyes eter­nas que esa, y no creía que fuera concebible detener el tiempo ni alterarlo: «La inmovilidad política es imposible; es necesario avanzar con la inteligencia humana. Respetemos la majestad del tiempo; contemplemos con veneración los siglos pasados, consagrados por la memoria y los recuerdos de nuestros padres; sin embargo, no intentemos volver sobre ellos, pues ya no contienen nada de nuestra naturaleza real, y si pretendiéramos apoderarnos de ellos, se desvanecerían.»
De ahí proviene la pena inconsolable del antimo­derno, nostalgia menos psicológica que histórica, o en todo caso psicológica en el sentido de los Ensayos de psicología contemporánea de Bourget, como una mentalidad de época. La Revolución creó una nueva sensi­bilidad histórica antimoderna, hecha de placeres y de sufrimientos, para la cual la historia nacional se identificaba con una aventura personal. Chateaubriand se convirtió en el héroe de una joven generación romántica y legitimista con un sentimentalismo doliente inspirado en las desgracias de los Borbones y del rey mártir. Des­de las masacres de la Revolución, pasando por la ejecu­ción del duque de Enghien y el asesinato del duque de Berry, la melancolía y el fetichismo fueron inseparables del culto antimoderno de la monarquía, de las ruinas y de la historia. Chateaubriand fue un pintor de ruinas, un historiador de las civilizaciones desaparecidas, aun­que no fuera políticamente un fetichista del pasado, si­no un pragmatista que insistía sobre los hechos y sobre el valor de la libertad, feudal y moderna. Su arrogancia hacía que no temiese dar lecciones al rey. "



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