Para hablar de Albert Camus (fragmento)Louis Guilloux
Para hablar de Albert Camus (fragmento)

"Durante quince años nos vimos con frecuencia y en algunas temporadas fuimos vecinos. ¿Cómo escoger entre tantos recuerdos, cómo hacer para no falsear al intentar mostrarlo en su presencia amistosa, familiar? Tenía todos los dones, incluidos los de la juventud y la libertad. No era difícil quererlo. Uno se sentía bien con él. Se reía mucho. Adoraba las bromas, incluso las payasadas y hasta los albures. Iba a verlo con frecuencia a su oficina al final de la jornada y me lo encontraba dictándole su correo a Suzanne Labiche. Respondía todo su correo, que era abundante. Una vez terminado el correo, salíamos juntos y nos íbamos a cenar a su casa, rue Madame, con Francine y los niños, Catherine y Jean, a quienes me presentó como la Cólera y la Peste, respectivamente. (…)
Camus apenas si hablaba, estaba simplemente feliz. Lo estoy viendo sentado sobre una piedra, sonriente, mientras pasa entre los dedos una hierba. En ese mismo hotel nos pasamos toda una noche cantando. ¿Qué? Canciones de las calles, L’Hirondelle du Faubourg, Viens Titine. Se trataba de saber quién se acordaba más de las canciones viejas que habíamos escuchado en la calle. Esa noche nos divertimos como enanos. La inocencia, la gracia de aquellas viejas canciones de amor nos encantaban. Después fui con él a Belcourt, a la casa familiar, donde conocí a su madre, una encantadora señora ya grande, una gran señora. Lo bueno de Albert Camus es que a donde fuera era él mismo, sin dobleces, siempre cercano, dando siempre buena cara a lo que fuera, incluso en Leysin, donde la tuberculosis lo obligaba a reposar al lado de Michel Gallimard, y en donde pasamos una tarde inolvidable tratando de hacer confesar al buen Lehmann, que los atendía con tanto cariño, un secreto que quería mantener a salvo. Cosas así pueden parecer baratijas. Pero no lo son. Como tampoco lo es la imagen de Albert Camus y Michel Gallimard, en otra ocasión, en Sorel, sentados en una barca a la mitad del río, tocados con grandes sombreros de paja mientras pescaban con apariencia de faquires y regresando al mediodía felices por haber pescado un bagre. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com