Mi duelo con Ciniselli (fragmento)Víctor Rákosi
Mi duelo con Ciniselli (fragmento)

"Arrancó de mi mano la llave de mi cuarto, me levantó en el aire, cogiéndome por las piernas, y de este modo me llevó por la calle.
Al día siguiente me desafió.
Yo me dirigí las siguientes preguntas:
“¿Se puede considerar como caballero a un hombre que, en camiseta y en el circo, levanta de un golpe trescientos kilos?’’
“¿Se puede considerar como caballero al que quita de sobre la cabeza de su mujer una manzana con la bala de un revólver?”
“¿Se puede considerar como caballero al que coge a un hombre por las piernas, y de este modo lo lleva por la calle?”
Una voz interior (probablemente la de mi ángel de la guarda, que no quería que yo me batiese), me dijo que quien tales cosas hacía no era un caballero.
Pero una voz exterior, la del conde Esteban Károlyi, me dijo que era un caballero, pues el conde Esteban Károlyi tenía costumbre de decir que estaba dispuesto a batirse con todo el mundo, hasta con un mozo de cuerda. Por otra parte, era fácil de decir, puesto que en las esquinas de las calles hay pocos mozos de cuerda que tengan la intención de desafiar al conde Esteban Károlyi.
Y también el nombre ilustre que yo llevaba, el nombre de mis gloriosos abuelos, me obligaba a aceptar el desafío. De otro modo mis ilustres abuelos se agitarían en sus sepulcros, incluso aquel a quien los infieles arrojaron desde lo alto de las murallas de Jaffa, y que desde aquel momento desapareció sin dejar rastro.
Acepté, pues, el desafío. Los testigos decidieron que fuese a treinta pasos, avanzando cinco y disparando una vez.
Era la muerte segura. Redacté mi testamento, escribí algunas cartas de despedida. Por última vez tomé una comida excelente, y estuve mucho rato comiendo. Mis testigos se quejaban, diciéndome que llegaríamos con retraso.
Salvé del postre, por lo menos dos manzanas, metiéndomelas en el bolsillo. Aun tuve tiempo, por el camino, de comerme una, y los testigos admiraban mi sangre fría.
En el picadero del cuartel nos pusimos frente a frente. Fui yo quien tiró primero, y erré el tiro. “¡Adiós, mundo!...”, murmuré, y bajé tristemente mi revólver.
Veía cómo Ciniselli avanzaba tranquilamente sus cinco pasos y alzaba la pistola.
Entonces metí la mano en el bolsillo y encontré la manzana. "



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