El libro vacío (fragmento)Josefina Vicens
El libro vacío (fragmento)

"Todo cambió con la llegada de aquel barco holandés. Un fuerte huracán lo averió durante la travesía y hubo que repararlo. La tripulación permaneció en el puerto cerca de tres meses. Un marino rubio y alto, que siempre estaba riéndose y tomando ginebra, pasaba con ella las noches. Yo, en cambio, a solas, llorando quedamente para que no me oyeran y jurando que jamás volvería a querer a una mujer.
Muchos años después la encontré en una cervecería. Por nada en el mundo la describiría aquí. Pero la sensación que experimenté me hizo comprender que sólo en el cuerpo del ser profunda y largamente amado, no percibimos el paso del tiempo, y que el envejecer juntos es una forma de no envejecer. La diaria mirada tiene un ritmo lento y piadoso. La persona que vive a nuestro lado siempre está situada en el tiempo más cercano: ayer, hoy, mañana, y a estas distancias mínimas no pueden verse, no se ven, los efectos de los años.
Yo sólo me doy cuenta de que mi mujer ha envejecido cuando veo antiguos retratos. Y ni aun así, porque están tomados en ambientes tan distintos del actual y con trajes tan olvidados, que los miro como si no fueran de ella, como si la fotografía representara a un personaje parecido, pero no a mi mujer. Ella es la que ayer, sentada frente a mí, contemplaba el retrato y se reía de «aquel sombrero extravagante»; o la que hoy me instaba a que no saliera desabrigado porque hacía frío; o la que mañana me reclamará: ¡te lo dije, ya pescaste un catarro!
Sus manos viejas, sus ojos rodeados de arrugas y su pelo canoso, ni me sorprenden, ni me desagradan, ni me hacen recordar su tersura y su negro cabello de otros tiempos. El cambio ha ocurrido con tanta lentitud y tan entrañablemente acompañado del mío, que ni ella ni yo hemos podido notarlo.
Creo que el no percibir brutalmente la destrucción, el aniquilamiento del cuerpo que se ama, es el gran milagro de la convivencia.
Me gusta la convivencia. Algunas veces le digo a mi mujer que el hombre debe vivir solo y libre para no debilitarse. Pero se lo digo para darme importancia; para que suponga que no he perdido mis inquietudes y para que no me sienta viejo y anclado definitivamente.
En realidad, no sé qué haría si de pronto, por algún motivo, tuviera que vivir solo. Si en mi cama sintiera, en vez de su tibieza, su ausencia; si no pudiera reclamarle un movimiento brusco que me despierta; si a media noche no pudiera impacientarme y decirle que se retire un poco, porque tengo calor, o en la madrugada, quedamente, apretando su mano, que se acerque. No sé qué haría si a cada momento no la oyera protestar por algo de la casa; o, de vez en cuando, amenazarnos con que un día nos va a dejar, para ver qué hacemos solos. Sí, todo eso que dice furiosa, y que a mí y a mis hijos nos hace reír, porque de lo único que estamos completamente seguros es de que ella no nos dejará nunca.
No sé qué haría si no pudiéramos seguir viendo juntos la manera como van deteriorándose y perdiendo su color y su forma los objetos que durante tantos años nos han servido y acompañado.
Tenemos un florero que alguien nos regaló cuando nos casamos. Es tan feo, tan implacablemente feo, que durante las primeras semanas nos sirvió de diversión. "



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