La flauta vertebralVladimir Mayakovsky
La flauta vertebral

"Olvidaré el año, el día, la fecha.
Me encerraré a solas con una cuartilla.
Óbrate, milagro sobrehumano
de las palabras depuradas por el dolor.

Hoy, al entrar en vuestra casa
sentí
que algo ocurría.
Tú algo ocultabas en el vestido de seda;
el ambiente olía a incienso.

¿Estás contenta?
Un frío
«mucho».
La angustia rompió el valladar de la cordura.
Yo levanto la desesperación, ardiente y febril.

Escucha.
No lograrás
ocultar el cadáver.
Desprende sobre mi cabeza la palabra terrible.
Aunque no quieras
cada músculo tuyo
a través de la bocina
grita:
ha muerto, ha muerto, ha muerto.

No,
contesta.
¡No mientas!
(¿Acaso podré irme así?).
Fosas de dos sepulcros
son los ojos de tu cara.

Los sepulcros se ahondan.
No tienen fondo.
Parece,
voy a rodar del cadalso de los días.
Sobre el abismo, tendí como una cuerda, el alma
y, oscilando, hice malabarismos con las palabras.


que el amor ya le ha consumido a él.
Descubro la abulia en muchos detalles.
Remózate en mi alma.
Lleva el corazón a la fiesta del cuerpo.

Ya lo sé,
todos pagan por la mujer.
No te importe
si por ahora
a ti, en vez del lujo de los trajes parisinos
te visto en humo de tabaco.

Mi amor,
como el apóstol en tiempos remotos,
propagaré por miles de caminos.
En la eternidad te espera una corona
y en la corona mis palabras,
un arcoíris de espasmos.

Con juegos quintaleros los elefantes
culminan los triunfos de Pirro;
yo con pisar de genio atrono tu cerebro.
En vano.
No puedo arrancarte.

Alégrate,
alégrate,
has acabado conmigo.
Ahora
con tanta angustia
sólo me queda llegar al río
y meter la cabeza en las fauces del agua.

Me diste los labios.
Qué áspera eres.
Los toqué y quedé yerto
como si con labios penitentes
besara los muros fríos de un convento.

Golpearon
las puertas.
Entró él
aturdido por el alboroto callejero.
Yo
como si me partiera en dos en un grito.
Le grité:
«¡Bien!
¡Me voy!,
¡bien!
Quedará contigo.
Cósele trapos,
las alas tímidas engordan en sedas.
Cuidado, no se escape.
Como piedra al cuello,
cuélgale a tu mujer perlas de collares.»

¡Oh, aquella
noche!
Yo me ceñía más y más la desesperación.
De mi llanto y de mis risas
el morro del cuarto se torció de miedo.

Como un espectro surgía la imagen que de ti me llevé,
con los ojos la bordaste en mi alfombra,
como si un nuevo Biálik hubiera soñado
a la reina deslumbrante del Sión hebreo.

Afligido
ante aquella, que entregué,
me humillé arrodillado.
El rey Alberto
que rindió
todas las ciudades
era, comparado conmigo, un obsequiado.

Flores y hierbas, doraos al sol,
primaveras, vidas de todos los elementos.
Yo sólo quiero un veneno:
beber y beber versos.

Tú, que me robaste el corazón,
que lo despojaste de todo,
que atormentaste mi alma delirante,
acepta mi regalo, querida,
tal vez ya no discurra nada más.

Pintad de fiesta el día de hoy.
Hazte,
hechizo, semejante a la crucifixión.
Mirad,
con clavos de palabras
estoy clavado al papel."



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