Ariel (fragmento)José Enrique Rodó
Ariel (fragmento)

"Encumbrados, esos Prudhommes harán de su voluntad triunfante una partida de caza organizada contra todo lo que manifieste la aptitud y el atrevimiento del vuelo. Su fórmula social será una democracia que conduzca a la consagración del pontífice «Cualquiera», a la coronación del monarca «Uno de tantos». Odiarán en el mérito una rebeldía. En sus dominios toda noble superioridad se hallará en las condiciones de la estatua de mármol colocada a la orilla de un camino fangoso, desde el cual le envía un latigazo de cieno el carro que pasa. Ellos llamarán al dogmatismo del sentido vulgar, sabiduría; gravedad a la mezquina aridez de corazón; criterio sano, a la adaptación perfecta a lo mediocre; y despreocupación viril, al mal gusto. - Su concepción de la justicia lo llevaría a sustituir, en la historia, la inmortalidad del grande hombre, bien con la identidad de todos en el olvido común, bien con la memoria igualitaria de Mitrídates, de quien se cuenta que conservaba en el recuerdo los nombres de todos sus soldados. Su manera de republicanismo se satisfaría dando autoridad decisiva al procedimiento probatorio de Fox, que acostumbraba experimentar sus proyectos en el criterio del diputado que le parecía más perfecta personificación del country-gentleman, por la limitación de sus facultades y la rudeza de sus gustos. Con ellos se estará en las fronteras de la zoocracia de que habló una vez Baudelaire. La Titania de Shakespeare, poniendo un beso en la cabeza asinina, podría ser el emblema de la Libertad que otorga su amor a los mediocres. ¡Jamás, por medio de una conquista más fecunda, podrá llegarse a un resultado más fatal! Embriagad al repetidor de las irreverencias de la medianía, que veis pasar por vuestro lado: tentadle a hacer de héroe; convertid su apacibilidad burocrática en vocación de redentor, - y tendréis entonces la hostilidad rencorosa e implacable contra todo lo hermoso, contra todo lo digno, contra todo lo delicado, del espíritu humano, que repugna, todavía más que el bárbaro derramamiento de la sangre, en la tiranía jacobina; que, ante su tribunal, convierte en culpas la sabiduría de Lavoisier, el genio de Chenier, la dignidad de Malesherbes; que, entre los gritos habituales en la Convención, hace oír las palabras: - ¡Desconfiad de ese hombre, que ha hecho un libro!; y que refiriendo el ideal de la sencillez democrática al primitivo estado de naturaleza de Rousseau, podría elegir el símbolo de la discordia que establece entre la democracia y la cultura, en la viñeta con que aquel sofista genial hizo acompañar la primera edición de su famosa diatriba contra las artes y las ciencias en nombre de la moralidad de las costumbres: ¡un sátiro imprudente que pretendiendo abrazar, ávido de luz, la antorcha que lleva en su mano Prometeo, oye al titán-filántropo que su fuego es mortal a quien lo toca!"


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