Música callada "Madera de temblor, sonando en cada veta fresca, de ocre dorado, en cada nudo vivo, cerca al tabaco mate, con su prudencia rumorosa, dando un toque de aire puro. Y estoy dentro de esa música, de ese viento, de esa alta marea que es recuerdo y festejo, y conmiseración. Rumor de pasos, con sigilo sorprendente ahora en las estrías de este suelo, nunca ciego, de castaño. Y oigo de mil maneras y con mil voces lo que no se escucha. Lo que el hombre no oye. Y toco el quicio muy secreto del aire, y va creciendo la armonía, junto con su dolor. Y oigo la piedra, su erosión, su cántico interior, sin golondrinas desdeñosas, sin nidos, porque el nido está dentro, en el granito, y ahí calienta, y alumbra, hoy en junio, la cal viva. Perdona mi ligera traición de hace dos meses, pero te quiero, ven, ven tú, ven tú, y oye conmigo cómo crece el fruto, porque sin ti no sé, porque sin ti no amo. Tú ven, ven, oye conmigo oye la silenciosa reproducción del polen, el embrión audaz de la semilla, su germinación, la flor crecida entre aventura hermosa, abriéndose hacia el fruto. Pero el fruto es soledad, vacila, se protege; con su aceite interior teje su canto delicado, y de su halo hace piel o hace cáscara. Hace distancia que es sonido. ¡Cómo suenan la almendra, la manzana, el trigo! El sonido callado. Oigo las calles generosas e injustas de mi pueblo como en mi infancia, en esta fiesta de tus labios, de tu carne que es susurro y es cadencia desde las uñas de los pies, sonando a marejada, hasta el pelo algo gris, como el rumor del agua quieta o el de los chopos al atardecer. No sólo estamos asombrados, mudos, casi ciegos frente a tanto misterio, sino sordos. Qué vena tan querida, tan generosa y cruel con su latido. ¿Qué más? ¿Qué más? ¿Es que oiremos tan sólo, después de tanto amor y tanto fracaso la música de la sombra y el sonido del sueño? " epdlp.com |