Viaje en burra por las Cevenas (fragmento)Robert Louis Stevenson
Viaje en burra por las Cevenas (fragmento)

"El único signo enfermizo que pude observar fue un extraño brillo de los ojos que más bien intensificaba la general impresión de vivacidad y energía.
Aquellos con quienes hablé eran de temperamento singularmente apacible, y en su porte y conversación denotaban lo que me atrevo a llamar santa alegría. Conviene advertir que previenen a los visitantes que no se ofendan si quienes les sirven son cortos de palabras, pues deber es de los monjes hablar poco. La prevención podría excusarse, ya que los encargados del hospedaje me deleitaron con su inocente conversación hasta el punto de que fue más fácil iniciarla que interrumpirla. Excepto el padre Miguel, que era hombre de mundo, todos los demás mostraron infantil curiosidad por toda clase de asuntos, tanto de política como de mis viajes, llamándoles mucho la atención mi sacó de dormir, y parecían complacerse en el sonido de su propia voz.
En cuanto a los que están contraídos al silencio, no puedo por menos de admirar cómo soportan su grave y melancólico aislamiento. Aun prescindiendo de todo aspecto de mortificación, hecho de ver cierta disciplina, no sólo en la exclusión de las mujeres, sino en el voto de silencio. Tengo alguna experiencia de los falansterios seglares, de un artístico por no decir bacanal carácter, y he visto más de una comunidad fácilmente formada y más fácilmente todavía disuelta. Con la regla del Cister tal vez hubiesen sido más duraderas. En vecindad de mujeres sólo cabe formar una comunidad volandera de hombres débiles. Vence la electricidad de mayor potencial. Los sueños de la infancia, los proyectos de la juventud se desvanecen y desbaratan después de una entrevista de diez minutos y las artes, las ciencias y el varonil gozo de la profesión se abandonan al instante por los lindos ojos y un cariñoso acento. Y además de esto, la lengua es el gran disolvente.
Casi me avergüenzo de proseguir esta mundana crítica de una regla religiosa; pero aún hay otro punto en que la orden trapense me parece un modelo de sabiduría. A las dos de la madrugada suena la campana y sigue sonando de hora en hora y a veces de cuarto en cuarto, hasta las ocho en que toca a descanso, y así se divide infinitesimalmente el día en diversas ocupaciones. Por ejemplo, el fraile que cría conejos deja sus conejeras para ir a la capilla, a la sala capitular o al refectorio, según la hora del día, porque en cada una de ellas tiene o una misa que celebrar o un deber que cumplir. Desde las dos en que se levanta palpando las tinieblas, hasta las ocho en que vuelve a recibir las caricias del sueño, está de pie y ocupado en múltiples y variadas tareas. Miles de personas hay que no son tan afortunadas en disponer su vida. "



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