La casa de Jampol (fragmento)Isaac Bashevis Singer
La casa de Jampol (fragmento)

"Ezriel intentó leer a Euclides, pero sus deseos de estudiar le abandonaron súbitamente. Comenzó a pasear sin rumbo. Durante un rato, permaneció en pie junto a un estanque. Niños ataviados con trajes de marinero y niñas vestidas como señoras mayores se distraían arrojando migas de pan a los cisnes. Las niñeras e institutrices hablaban en polaco a los niños. Allí no había judíos con largos abrigos, ni mujeres con bonete y peluca. Los hombres se tocaban con sombrero de paja o de copa. A diferencia de los judíos, llevaban las barbas cuidadosamente recortadas, en forma de cuña, o de pala, o en punta, y sus bigotes o bien se retorcían en espiral o bien sobresalían hirsutos, con los pelos como alambres. Los hombres jóvenes iban con camisas de cuello blando, que llevaban abierto y por encima del borde de la chaqueta, según la moda impuesta por el famoso poeta Slowacki. Pero los hombres mayores, pese a ser verano, iban con cuello duro y anchas corbatas. Todos parecían muy estilizados. Los pantalones de tono claro se combinaban con las chaquetas de color oscuro, todos los zapatos estaban lustrosísimos, había quien llevaba abrigo ligero, ya puesto, ya al brazo, y los bastones tenían la empuñadura de plata o de cuerno. Los estudiantes universitarios, o de los últimos cursos de secundaria, paseaban con sus uniformes de dorados botones. Los sombreros de las señoras parecían grandes cestas de fruta y flores, y muchos iban adornados, además, con velos. Los vestidos femeninos eran de cintura estrecha, con frunces y adornos de pasamanería, los guantes llegaban hasta el codo, y las sombrillas y abanicos tenían colores muy vivos. Los enamorados paseaban cogidos del brazo, mirándose a los ojos, sonriendo, y procuraban esconderse en senderos apartados. Allí todo tenía mundano esplendor: la fuente, los invernaderos, los parterres… Barbados rusos con delantal blanco transportaban cajas de helados, puestas sobre la cabeza. En el parque había también una lechería, en donde la gente joven tomaba leche merengada. Ezriel volvió a sentarse en un banco, con el propósito de sumirse en el estudio de los teoremas euclidianos, pero tampoco en esta ocasión pudo centrar la atención en ellos.
¿Cómo debía comportarse al día siguiente, ante Justina Malewska? ¿Debía besarle la mano? ¿Debía decirle frases elegantes? ¿Debía darle el tratamiento de madame, o de ilustre señora, o de honorable señora? ¿Qué debía hacer, en caso de que le ofreciera comida? ¿Aceptarla? ¿Declinar el honor? ¿Cuánto tiempo debía estar en aquella casa? ¿Le correspondía a él alargar primeramente la mano? ¿Debía esperar hasta que Justina Malewska le ofreciera la suya? ¿Era imprescindible anunciarse mediante tarjeta? ¿Y si aquella mujer le presentaba a su marido, o a parientes o a amigos? Ezriel meneó la cabeza. Evidentemente, había cambiado mucho. Pocos años atrás, era un hombre de veras que jamás se había preocupado de esas cuestiones. Y ahora se sentía muy preocupado por ellas, se sentía inferior. Pensó que tardaría muchos años en aprender el ruso, el latín, el griego. Eran muchas las materias que tendría que aprender, a fin de terminar los siete cursos y conseguir el diploma. También tendría que aprender modales, así como elegir profesión, y, después de tantos trabajos, seguiría siendo un pobre judío perseguido… ¡Cuán raro era que el mundo del más allá fuera más fácil que el presente! En el más allá tan sólo era preciso tener en cuenta un factor: Dios. Contrariamente, en el presente mundo uno debía tener en consideración innumerables factores, tales como los inspectores, los directores, las leyes, los reglamentos, las normas de comportamiento social y etiqueta, normas que formaban un código mucho más complicado que el Shulhan Aruk, es decir, la compilación de las leyes judías. "



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