Esaú y Jacob (fragmento)Joaquim Maria Machado de Assis
Esaú y Jacob (fragmento)

"Y Pablo dividía sus miradas entre las dos, pero la mejor parte tocaba, naturalmente, a la hija. Un instante después, todas eran pocas para ésta. Doña Claudia había vuelto a la elección de los sombreros, y Flora, que hasta entonces había opinado con la cabeza, perdió este movimiento último. Pablo se sentó en la silla que le alcanzó un dependiente, y se quedó mirando a la niña; hablaban de cosas nimias, ajenas o propias, lo bastante para continuar disimuladamente, en contemplación uno de otro. Pablo volvía lo mismo que se marchó, lo mismo que Pedro, siempre con alguna nota particular que Flora no podía distinguir claramente, y menos aún definir. Era un misterio; Pedro tendría el suyo.
Doña Claudia los interrumpía de vez en cuando, a propósito de las compras; pero todo se acaba, hasta eso de elegir sombreros. De allí pasaron a los vestidos. Pablo, sin saber lo de la presidencia, aprovechó esta casualidad para acompañarlas de tienda en tienda. Contaba anécdotas de San Pablo, sin gran interés para Flora; las noticias que ésta le daba respecto de las amigas, eran más o menos dispensables. Pero todo cobraba valor por los interlocutores. La calle coadyuvaba a aquella absorción recíproca, las personas que iban y venían, damas y caballeros, se detuviesen o no, servían de punto de partida a alguna digresión. Las digresiones comenzaron a dar la mano al silencio y ambos seguían con los ojos animados y la cabeza erguida, él más que ella, porque un asomo de melancolía comenzaba a ahuyentar del rostro de la joven la alegría de la hora reciente.
En la calle Golçelves Días, yendo hacia la plaza de la Carioca, Pablo vio a dos o tres políticos de San Pablo, republicanos, hacendados según parece. Como los había dejado allí, se admiró de verlos sin advertir que ya hacía mucho que los viera la última vez.
-¿Los conocen ustedes? -preguntó a las dos.
No, no los conocían. Pablo les dijo entonces los nombres. Doña Claudia hubiera hecho quizá alguna pregunta política; pero notó la falta de un objeto, recordó que no lo había comprado, y propuso volver atrás. Todo era aceptado por ambos con docilidad, a pesar del velo de tristeza que iba cerrando más el rostro de la niña. Aquellas compras tenían ya cierto aire de billete de pasaje, no tardarían los paquetes, tendrían que correr a los baúles, a los arreglos, las despedidas, el camarote del vapor, al mareo del mar, y a aquel otro de mar y tierra, que la mataría seguramente -pensaba Flora. De ahí el creciente silencio, que Pablo apenas podía vencer de cuando en cuando; y, sin embargo, Flora se sentía bien con él, le agradaba oírle decir cosas sueltas, algunas nuevas, otras viejas, recuerdos anteriores a su partida para San Pablo. "



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