Narciso y Goldmundo (fragmento)Hermann Hesse
Narciso y Goldmundo (fragmento)

"Al atardecer de aquel día se encontraba ya en un lindo pueblecillo asentado entre el río y las lomas cubiertas de vides, junto al gran camino; en las casas, coronadas de hastiales, el gracioso maderamen estaba pintado de rojo, había puertas abovedadas y callejuelas con escaleras de piedra, una herrería arrojaba a la calle un rojo resplandor y el claro sonar del yunque. Vagaba curioso el forastero por callejas y esquinas, olfateaba en las puertas de las bodegas el aroma de los toneles y del vino y, en la ribera del río, el fresco olor a peces del agua; contempló la iglesia y el cementerio, y no se olvidó de buscar un granero propicio donde pudiera pasar la noche. Pero antes quiso pedir de comer en la casa rectoral. Se encontró allí un cura obeso y pelirrojo que le hizo varias preguntas y a quien él refirió su vida callándose algunas cosas y fantaseando en otras; luego de lo cual se vio acogido amistosamente y hubo de pasar la velada, con buen yantar y buen vino, departiendo largamente con el clérigo. Al día siguiente reanudó su marcha por el camino que bordeaba el río. Veía pasar balsas y gabarras, se adelantaba a algunos carruajes cuyos conductores le permitían, a veces, subir a ellos y lo llevaban un trecho; los días de la primavera se deslizaban rápidos y llenos da imágenes; le acogían aldeas y pequeñas ciudades, había mujeres que sonreían tras las verjas de los jardines o plantaban arrodilladas en la tierra morena, y muchachas que cantaban en las atardecidas callejuelas aldeanas.
Una moza que encontró en cierto molino le agradó tanto que por ella se quedó dos días en la comarca para cortejarla; tenía la impresión de que a la moza le gustaba reír y charlar con él; ¡Quién le diera ser un mozo de molino y permanecer allí para siempre! Alternaba con los pescadores, ayudaba a carreros y trajinantes a echar pienso y almohazar a las caballerías, a cambio de lo cual le daban pan y carne y le dejaban viajar en su compañía. Le resultaba grato y confortador aquel sociable mundo de viandantes tras la larga soledad, la jovialidad que reinaba entre aquellos sujetos parlanchines y alegres tras el largo cavilar, la diaria hartura de las copiosas comidas tras el largo hambrear; se dejaba arrastrar de buena gana por aquella onda grata. Ella se lo llevó, y cuanto más se acercaba a la ciudad episcopal, más animado y alegre se volvía el camino. Cierta vez, estando en una aldea, se paseaba, al filo de la noche, junto al agua, entre árboles llenos ya de ramaje. Discurría tranquilo el río poderoso, entre las raíces de los árboles la corriente murmuraba y suspiraba, la luna apuntaba detrás de las montañas derramando claridades en el río y sombras entre los árboles. De pronto, encontró a una joven sentada y llorando; acababa de tener una disputa con su novio y él se había ido dejándola sola. "



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