Relato de un náufrago (fragmento)Gabriel García Márquez
Relato de un náufrago (fragmento)

"Pensé que todavía tenía fuerzas para esperar hasta la noche sin necesidad de amarrarme. Me rodé hasta el fondo de la balsa, estiré las piernas y permanecí sumergido hasta el cuello varias horas. Al contacto del sol, la herida de la rodilla empezó a dolerme. Fue como si hubiera despertado. Y como si ese dolor me hubiera dado una nueva noción de la vida. Poco a poco, al contacto del agua fresca, fui recobrando las fuerzas. Entonces sentí una fuerte torcedura en el estómago y el vientre se me movió, agitado por un rumor largo y profundo. Traté de soportarlo, pero me fue imposible.
Con mucha dificultad me incorporé, me desabroché el cinturón, me desajusté los pantalones y sentí un grande alivio con la descarga del vientre. Era la primera vez en cinco días. Y por primera vez en cinco días los peces, desesperados, golpearon contra la borda, tratando de romper los sólidos cabos de la malla.
La visión de los peces, brillantes y cercanos, me revolvía el hambre. Por primera vez sentí una verdadera desesperación. Por lo menos ahora tenía una carnada. Olvidé la extenuación, agarré un remo y me preparé a agotar los últimos vestigios de mis fuerzas con un golpe certero en la cabeza de uno de los peces que saltaban contra la borda, en una furiosa rebatiña. No sé cuántas veces descargué el remo. Sentía que en cada golpe acertaba, pero esperaba inútilmente localizar la presa. Allí había un terrible festín de peces que se devoraban entre sí, y un tiburón panza arriba, sacando un suculento partido en el agua revuelta.
La presencia del tiburón me hizo desistir de mi propósito. Decepcionado, solté el remo y me acosté en la borda. A los pocos minutos sentí una terrible alegría: siete gaviotas volaban sobre la balsa.
Para un hambriento marino solitario en el mar, la presencia de las gaviotas es un mensaje de esperanza. De ordinario, una bandada de gaviotas acompaña a los barcos, pero sólo hasta el segundo día de navegación. Siete gaviotas sobre la balsa significaban la proximidad de la tierra.
Si hubiera tenido fuerzas me habría puesto a remar. Pero estaba extenuado. Apenas sí podía sostenerme unos pocos minutos en pie. Convencido de que estaba a menos de dos días de navegación, de que me estaba aproximando a la tierra, tomé otro poco de agua en la cuenca de la mano y volví a acostarme en la borda, de cara al cielo, para que el sol no me diera en los pulmones. No me cubrí el rostro con la camisa porque quería seguir viendo las gaviotas que volaban lentamente, en ángulo agudo, internándose en el mar. Era la una de la tarde de mi quinto día en el mar. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com