Floreal (fragmento)Paul Armand Silvestre
Floreal (fragmento)

"Apenas estuvieron fuera, Roberto interrogó a su amigo sobre el modo en que había descubierto el escondite de Laura. Cuando supo que ese escondite era un elegante taller de modista y que el encuentro se había verificado en el baile del Tívoli, el señor de las Aubieres no pudo contener la expresión de una sorpresa dolorosa. Era aquello como el derrumbamiento de su melancólico ensueño, con más razón aún porque Papillón no pudo darle ningún detalle de los sucesos que habían ocasionado aquel rebajamiento. Todo lo que pudo decirle para borrar su penosa impresión, fue que sus compañeras la trataban con una especie de respeto particular y la joven había conservado un no sé qué altivo en su misma dulzura que, hubiera debido darla a conocer a un hombre más listo que él... Esto mismo aumentaba la impaciencia de Roberto por encontrar a la ausente, por saberlo todo y por buscar con ella el medio de sacarla de aquella situación indigna. Su terror era antes que se hubiera hecho religiosa o que se hubiera marchado al extranjero. Algunas veces se le había aparecido, triste y más dulcemente bella todavía, bajo el velo, del que pendían sus lágrimas como las gotas de rocío de las telas de araña del otoño. Ahora, echaba casi de menos esa visión, y la sombra silenciosa de los claustros le hubiera parecido menos terrible que la alegría de aquella tienda de escaparates indiscretos y abierta a todos los transeúntes. Por el camino, Roberto expresaba muy poco los pensamientos que se le ocurrían, pero Papillón los adivinaba sin duda en toda su amargura, pues se puso a exponerlos en mala filosofía sobre la injusticia de la desigualdad en las condiciones y sobre el tema, irritante, de que en todas partes hay personas honradas. Roberto apenas escuchaba aquella inútil charla. A todo esto, el pobre Papillón, sin dejar de emplear todos estos tesoros de elocuencia, arrastraba un poco las piernas, después de haber pasado todo un día en divertidas fatigas y la noche entera en pie.
-Cógete de mi brazo -le dijo Roberto.- Ya ves que te verás obligado a hacer que me bata por ti.
Un coche de alquiler, que venía de dejar a unos paseantes retrasados, pasó dando tumbos en el momento en que ellos llegaban a la calle de San Antonio. La iglesia de San Pablo presentaba su rosetón amarillo y rojo iluminado sólo por fuera y que parecía un ojo de muerto que les enviaba solamente sombra. Papillón se registró los bolsillos. "



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