Ciudades desiertas (fragmento)José Agustín
Ciudades desiertas (fragmento)

"Casper no es un paraíso de las letras. Pero esta ciudad sí lo es, ¿verdad?, deslizó Ramón, codeando desvergonzadamente a Edmundo. Claro que sí. Aquí hay mucha gente que escribe, intervino Cole, inseguro, y sí, es una ciudad mucho más culta. Pidan más vino, ordenó, seco, el polaco, sin ver a nadie. Pídelo tú, aquí nadie es tu criado, espetó Eligio, agresivo; y de pasada, me traes a mí. Yo voy, dijo Irene. A mí el vino ya no me sabe a nada, habría que irnos a otra parte a tomar un roncillo, dijo Edmundo, en español. Pídete dos jarras de vino de una buena vez, sugirió Ramón a Irene. Insisto en que mejor nos vayamos, van a empezar a declamar. ¿Qué dice?, preguntó Irene, en inglés. Que nos vayamos. Sí, ya vámonos, repitió el polaco. Eligio lo miró y estuvo a punto de escupir. Susana pensaba que hubiera sido mejor quedarse en el Kitty Hawk y dormir, dormir muchísimo y despertar... en la ciudad de México. Era curioso cómo hasta un día antes había logrado, sin proponérselo, no pensar en México, y a raíz de la llegada de Eligio de nuevo sentía que tenía una casa, una cama que la conocía, un librero junto a ésta y... No le gustaba estar allí, con el polaco tan cerca. Y eso que tuvo mucho cuidado de acomodarse de tal forma que prácticamente no lo viera para nada. De cualquier manera, Slawomir jamás despegaba la vista de su copa de vino y sólo en ocasiones echaba la cabeza hacia atrás, como si Altagracia fuera una mosca que, revoloteaba. Era patética esa Altagracia y también le gustaba Eligio... Qué éxito había tenido Eligio. Ramón conversaba condescendientemente de literatura con Cole y la Gringuez. Y Eligio no paraba de beber y de hablar de teatro con Hércules, porque una vez Eligio fue con Emilio Carballido al Festival de Manizales. Irene, junto a ellos, los miraba atentamente, y eso que están hablando en español, pensó Susana, quien jaló la manga de la rubia y le preguntó a boca de jarro: ¿te gusta mi marido? Todos guardaron silencio, e Irene, titubeante, miró a Susana unos segundos: por último sonrió, abiertamente, y dijo que Eligio le parecía un ídolo azteca, una escultura de obsidiana, nunca había conocido a nadie con un corte indígena tan puro y tan hermoso, agregó, entusiasmada. Eligio casi se atragantó de risa. ¿De qué te ríes?, preguntó Irene, muy seria. Es que allá en México las chavas me huyen precisamente por indio. Nadie es protierra en su feta, sentenció Hércules, muy divertido. A mí me pasa lo mismo en Perú. En Erú, dirás, ¡la diferencia es que aquí tampoco te pelan! ¿Qué están diciendo?, preguntó Irene, sorprendida y exasperada. Yo también necesito intérprete, se quejó Ramón, pero en ese momento ya se hallaban afuera, frotándose los brazos, pero ya no hace tanto frío, ¿verdad?, a mí el frío me la pela. En algún momento los grupos cambiaron y con Eligio y Susana iban Irene, Edmundo y la Gringuez, siguiendo el camaro negro de Cole, quien manejaba con rapidez y ya no con la prudencia de antes. "


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