Vale la pena luchar (fragmento)Marcos Ana
Vale la pena luchar (fragmento)

"La poesía, mi fiel compañera, ensalza las cosas comunes convirtiéndolas en extraordinarias. A mí me salvó, me ayudó leerla, memorizarla. ¿Por qué no iba a hacerlo ahora por otros? ¿Por qué no iba a ser de ayuda en estos tiempos? En el calabozo tenía un pequeño poema que era como un escudo contra la desesperanza, lo leía cada día para no quebrarme:
Jamás horada mi alma, jamás ciega mi vida una celda sin ventana. Solo con mi dolor y mi condena, sin ver que en nuestros gritos arden bosques, sin escuchar que el fuego nos contesta y nos llaman cien pueblos que nos buscan, con sus lámparas rojas avanzando desde las cinco partes de la tierra.
Siempre digo que la cárcel fue para mí una época hermosa, de afirmación política, pero, sobre todo, de formación: una universidad. En Burgos, la organización funcionaba dentro de la prisión de forma muy sofisticada. Los presos políticos llegamos a llamar al penal la universidad de Burgos. Se estudiaba de todo. Muchos compañeros aprendieron allí a leer y a escribir. Había cursos para todos los niveles: de alfabetización, de literatura, de inglés, de filosofía. Incluso en las galerías de los condenados a muerte se estudiaba. De ese modo nos preparábamos para nuestra cita con el futuro. Había un curso que llamábamos de libertos. En estas clases se formaba a los compañeros que iban a salir en uno o dos meses de prisión para que supieran cómo actuar fuera, cómo trabajar por la libertad desde la clandestinidad, cómo ser más inteligentes que el enemigo y qué precauciones debían tomar.
Allí dentro, nuestra pequeña universidad funcionaba a la perfección. Pero los guardianes sospechaban de algunas de nuestras actividades y no tardó en llegar un telegrama a la cárcel, de parte del capellán general de Prisiones, que decía:
La misión del guardián de prisiones es impedir la fuga física del preso, para que cumpla su condena y se redima ante la sociedad. La misión del capellán de prisiones es impedir la fuga espiritual del recluso para que, concentrado en su dolor, se redima ante Dios y ante los hombres. Bien, pues luchar contra este control físico y espiritual que pretendían ejercer sobre nosotros era nuestra tarea diaria.
Para los presos políticos del franquismo hubo dos periodos bien diferenciados: durante el primero la supervivencia era clave y la represión fue durísima. El segundo comenzó después de la batalla de Stalingrado. El fascismo había perdido fuerza en la Segunda Guerra Mundial, y esta batalla, la más sangrienta de la historia, supuso un punto de inflexión para el desenlace de la contienda; y aquello se sintió en las prisiones. Los guardianes, temerosos de que el franquismo cayera a la vez que el eje fascista europeo —Hitler y Mussolini—, relajaron su vigilancia. De pronto empezaron a hablar con nosotros, a interesarse por nuestra vida. Más tarde, cuando pareció que no iba a suceder nada, comenzó la Guerra Fría y se vio que Franco no iba a caer, intentaron ganar terreno de nuevo. Pero nada volvió a ser como antes. Teníamos demasiada información. "



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