El reino de los réprobos (fragmento)Anthony Burgess
El reino de los réprobos (fragmento)

"El soldado, una vez cacareada su conmiseración, extrajo el asta, dejando dentro el rejón. Julio se desvaneció. Cuando recuperó el conocimiento se halló tendido a proa de una barcaza, ante un borroso panorama de acantilados calizos que se iban alejando. Los prisioneros británicos, tan membrudos como desdeñosos, contemplaban su padecimiento sin dar muestras de satisfacción. Un asistente le restañaba la sangre con lana blanca, cuyas hilachas se quedaban adheridas a los labios de la herida.
—Hay algo roto, ahí dentro, centurión. Habrá que ponerse en manos de la naturaleza, como suele decirse. Te vas a tirar una buena temporada sin hacer la instrucción.
La crónica imperial no mencionó ni batallas ni bajas, romanas, naturalmente. Habían sometido un buen sector de la parte meridional de la isla, dejando guarniciones. El lento proceso de colonización podía, en un futuro próximo, emprenderse con la adecuada seriedad romana. Hubo un espléndido triunfo en Roma, en el que no participó Marco Julio Tranquilo. Estaba en casa con su mujer, que acababa de dar a luz una niña. Sara se empeñó en ponerle Rut, aunque el padre quiso honrar a una querida tía suya poniéndole el nombre de Flavia. Flavia o Rut, según el momento y la ocasión. Julio, cojeando por todo el dormitorio, mecía los gritos de la niña. Sara miraba desde la cama, sin manifestar sentimiento alguno. El estrépito de las bocinas triunfales se oía incluso desde aquí, desde el Janículo.
Claudio, encaramado en su biga, radiante, llevaba la corona náutica, con su friso de estilizadas proas; simbolizaba la conquista del océano, es decir: veintitantas millas de canal. Tras su biga venía la emperatriz Mesalina, bella como la luna. Aquella misma mañana había solicitado del gurrumino de su marido que le hiciese ofrenda de una escolta militar. Lo justificó diciendo que tenía enemigos. Claudio contestó que ya vería lo que podía hacer. Marchaban en pos de Mesalina los generales victoriosos, látigo y azote de unos bárbaros con el culo al aire que apestaban como perros viejos; los generales llevaban la pretexta —toga con franja púrpura—, señal del honor que habían obtenido. Marco Craso Frugi, que ya había merecido tal distinción en una campaña anterior —contra adversarios de verdad: los pelirrojos danubianos— no se dignó ponérsela esta vez. Montaba un caballo ricamente enjaezado y vestía una túnica con brocado de palmas, árboles que no crecían en las neblinosas islas septentrionales según él conquistadas en nombre del Emperador. "



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