La prima Phillis (fragmento)Elizabeth Gaskell
La prima Phillis (fragmento)

"Inmediatamente después de eso, me fui una semana de vacaciones a casa. Las cosas prosperaban en ella, y tanto mi padre como su nuevo socio parecían muy satisfechos. No había nada en nuestro modesto hogar que reflejara una mayor riqueza, pero mi madre disfrutaba de algunas comodidades nuevas que le había proporcionado su marido. Conocí al señor y a la señora Ellison, y vi por primera vez a la preciosa Margaret Ellison, hoy en día mi mujer. Cuando regresé a Eltham, encontré que al fin se había tomado una decisión que llevaba madurándose algún tiempo: Holdsworth y yo nos instalaríamos en Hornby, donde se requería nuestra presencia diaria y la mayor parte de nuestro tiempo para terminar las obras en ese extremo de la línea.
Como es natural, eso nos permitía relacionarnos más con los habitantes de la granja Esperanza. Podíamos ir andando cuando salíamos del trabajo, pasar una agradable velada estival y volver antes de que oscureciera. Muchas veces nos habría gustado prolongar nuestra estancia en su casa: el aire libre, el frescor y la dulzura del campo eran tan placenteros en comparación con el calor del alojamiento que compartíamos en Hornby… Pero retirarse pronto por la noche y levantarse temprano por la mañana era un imperativo para el pastor, que no tenía el menor escrúpulo en echarnos de casa después de la oración nocturna —o «ejercicio», como lo llamaba él—. El recuerdo de muchos días felices y de algunas pequeñas escenas acuden a mi pensamiento cuando evoco aquel verano. Aparecen como cuadros en mi memoria, y eso me permite ordenar su secuencia, pues sé que la siega del trigo tuvo que seguir a la preparación del heno, y la recolección de las manzanas a la siega del trigo.
El traslado a Hornby nos llevó algún tiempo, y ninguno tuvo un momento libre para visitar la granja Esperanza. El señor Holdsworth había estado una vez allí durante mis vacaciones. Una mañana muy calurosa, al terminar el trabajo, me propuso dar un paseo y visitar a los Holman. Dio la casualidad de que no había tenido tiempo de escribir mi carta semanal a casa, y quería hacerlo antes de salir. Él me dijo que iría por delante, y que, si quería, podíamos vernos allí más tarde. Y eso es lo que hice una hora después. Recuerdo que hacía un calor tan sofocante que me quité la chaqueta mientras andaba, y me la eché al hombro. Cuando llegué, todas las puertas y las ventanas de la granja estaban abiertas, y no se movía ni una hoja. Reinaba un profundo silencio. Al principio pensé que no había nadie, pero, al acercarme a la puerta, oí una voz muy suave y muy dulce que empezaba a cantar; era la prima Holman, sola en el cuarto de estar, entonando un himno mientras tejía bajo una luz mortecina. Me dio una cariñosa bienvenida, y me puso al corriente de cuanto había ocurrido en la granja en los últimos quince días; yo le hablé, por mi parte, de mi familia y de mi estancia en casa.
Finalmente pregunté dónde estaban los demás. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com