Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores (fragmento)Bertrand Russell
Satán en los suburbios o aquí se fabrican horrores (fragmento)

"La obscuridad era completa todavía cuando, dos días más tarde, me presenté nuevamente ante la puerta del hotel. Era una mañana cruda y ventosa, duramente fría, en la que había una promesa de nieve. Pero el Conde parecía insensible a las circunstancias meteorológicas cuando apareció sobre su magnífico corcel. Otro caballo, casi tan excelente como el primero, fue llevado a la puerta por su criado, y recibí la invitación de montar en él. Nos pusimos en marcha y dejamos muy pronto atrás las calles de la población; y luego, por estrechos caminos que solamente un hombre muy experimentado podría encontrar, ascendimos de modo progresivamente gradual hasta mayores alturas; al principio, por terrenos cubiertos de árboles, y después sobre otros abiertos y sembrados de rocas y hierbas.
Me pareció advertir que el Conde era incapaz de experimentar hambre, sed o fatiga. A través de un largo día, con sólo unos breves momentos de descanso, durante los cuales comimos pan y bebimos agua helada procedente de un arroyo, conversó de manera inteligente e informativa sobre diferentes temas, de modo que demostró un amplio conocimiento del mundo de los negocios y que poseía una gran amistad con innumerables hombres ricos que disponían del tiempo libre preciso para interesarse por los caballos. Pero durante todo el largo día no pronunció ni una sola palabra que se relacionase con la cuestión que me había llevado a Córcega. Gradualmente, a pesar de la belleza del escenario que nos rodeaba y del interés que en mí provocaron sus polifacéticas anécdotas, la impaciencia me dominó.
-Querido Conde -dije-: no puedo expresarle con palabras lo mucho que le agradezco esta ocasión que me ha dado de visitar su hogar hereditario; pero debo recordarle que he venido con la finalidad misericordiosa de salvar la vida, o por lo menos la razón, de un valioso amigo mío a quien profeso la más alta estima. Me deja usted en la duda de si respondo a este noble propósito acompañándole en este largo viaje.
-Comprendo su impaciencia -respondió-; pero debe usted hacerse cargo de que aun cuando me haya adaptado a los tiempos y al mundo actuales, no puedo en estas tierras acelerar el tempo, que es inmemorialmente habitual. Usted hallará la ocasión que desea, se lo prometo, antes de que haya concluido la noche. No puedo decirle nada más, porque la cuestión no depende de mí.
Y hube de conformarme con estas enigmáticas palabras.
Llegamos a su castillo cuando el sol estaba poniéndose. Estaba construido sobre una eminencia escarpada; y cualquier amante de la arquitectura habría podido observar fácilmente que databa, hasta en sus mínimos detalles, del siglo XIII. Cruzando el puente levadizo, llegamos por un portillo gótico a un ancho patio. Nuestros caballos fueron retirados por un lacayo, y el Conde me condujo a un vasto vestíbulo, desde el cual, a través de una estrecha puerta, me llevó a la cámara que aquella noche debía ocupar. Un gran lecho endoselado y unos sólidos muebles labrados de antiguo diseño llenaban la mayor parte de la estancia. Desde la ventana, un ancho panorama que descendía y formaba innumerables valles atraía la vista hacia una distante visión del mar. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com